Un niño no entiende el mundo, pero lo comprende. Un adulto no comprende el mundo, pero lo entiende. Ese es el pensamiento que he elaborado tras la lectura de "El cuaderno secreto de Hans" de Javier Salinas.
A modo de versos, la mirada del niño se enfrenta a las imágenes de un mundo maravillosamente complejo en el que los adultos sobreviven con sus contradicciones y sus miedos. Estos no hacen nada más que crecer y sería bueno preguntarse si realmente el paso del tiempo convierte a un hombre en más sabio o en más ignorante. Porque frases como: "El tiempo no existe pero los relojes sí", "Ana es mi país preferido" o "Un campo de concentración no era un lugar para concentrarse" consiguen ese efecto literario y filosófico que sólo está al alcance del poeta o del inocente. Es decir, del místico o del niño.
Así pues, la invitación del autor a contemplar el paisaje desde los ojos de Hans se antoja un desafío para el adulto, ya que en su lectura éste encontrará respuestas que un día muy lejano dio por validas y más adelante olvidó o simplemente asesinó para adaptarse a la jungla existencial. Pero no nos cortemos las venas tan rápido, ya que esa mirada también le señalará que el caminó que tomó en el pasado era inevitable y que sólo por el feliz recuerdo de aquellos días de inocencia ya merece la pena haberlo recorrido.
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