septiembre 09, 2008

Mussolini y el ascenso del fascismo



A propósito de Cesare Pavese (Cuneo, 1908 - Turín, 1950) se ha escrito y hablado mucho a lo largo de esta segunda semana de septiembre de 2008 con motivo del centenario del nacimiento del escritor de "El oficio de vivir". Se ha hablado y escrito mucho sobre su narrativa, de su atormentada existencia, de su suicidio y, por supuesto, de sus simpatías comunistas. Una tendencia política que coincide con la que profesó el también escritor italiano Pier Paolo Passolini, quien, por cierto, también tuvo un trágico y oscuro final en la playa romana de Ostia.

Lo cierto es que Cesare Pavese padeció las secuelas heredadas del auge y caída del fascismo italiano personificado por el estrambótico y astuto Benito Mussolini. Su sombra fue alargada y por estos días vuelve a envolvernos. El que fuera Duce de la Italia de la II Guerra Mundial es, al igual que Pavese ahora, objeto de vivisección por parte del profesor de Historia Europea Comparativa en Queen Mary, Universidad de Londres, Donald Sassoon, y su libro: "Mussolini y el ascenso del fascismo". El ensayo histórico, por resumir ampliamente y valga la contradicción, nos relata las razones de la relativa facilidad con la que se hizo con el poder quien liderara la marcha de los Camisas Negras sobre Roma en 1922.

Este acontecimiento histórico ha sido considerado habitualmente como el último paso que llevó al fascismo italiano a detentar el poder hasta su estrepitoso fracaso en el conflicto bélico internacional. Pero la teoría de Sassoon señala que fue más bien una actitud determinada de amplios sectores de la sociedad italiana ante los movimientos de Mussolini la que provocó este desenlace.



En este sentido, la primera figura que suele ser blanco de diana por su benevolencia ante el empuje fascista italiano es la del monarca Víctor Manuel III. Es cierto que este rey se negó a proclamar el estado de sitio y la ley marcial que el Gobierno vigente, sintiendo ya el aliento de los Camisas Negras en las inmediaciones de la Ciudad Eterna, le presentó como última medida. Se imagina que, además, el ejército italiano no habría tenido excesivos problemas en parar los pies a unos hombres mal armados y exhaustos tras su marcha a pie. En contra de toda lógica, el propio Víctor Manuel concede a Mussolini la formación del Ejecutivo.

Los hechos son incuestionables, pero bien es cierto que antes de ese desbordamiento, prensa liberal, empresarios y clase política en general no se habían preocupado de preparar los diques. La energía aparentemente renovadora de Mussolini y, sobre todo, su interés en aplacar los síntomas más radicales del descontento proletario, del que se había aprovechado en su discurso populista el propio caudillo, les cautivaron en mayor o menor medida.

Este ascenso puede recordar en parte lo que sucedió en España durante la dictadura de Primo de Rivera en la década de los años 20. Un régimen que, en sus albores, también recibió el visto bueno de prohombres de las letras y la política española como Unamuno o Largo Caballero, por poner únicamente dos ejemplos. Quizás pensaron que se trataba de un mal menor que procuraría una estabilidad al país de la que carecía. Pero las buenas intenciones y las dictaduras no suelen casar bien.

Mussolini, Primo de Rivera, ¿y Franco? Todavía hay españoles que se preguntan cómo llegó al poder, qué teclas tocó para que le sonara la flauta. Si fue o no inevitable. Si tenía un apoyo generalizado de la derecha o no. La tentación de aplicar el mismo criterio en este caso que el empleado por Donald Sassoon en el italiano es muy fuerte y, con casi total seguridad, en parte necesario. Franco admiraba los fascismos europeos, algunos políticos de la II República también y parte de la ciudadanía española se sentía ahogada entre huelgas, pistoleros y quemaconventos. Pero, recientemente, se editaba en España un nuevo ensayo del historiador británico Paul Preston que arroja algo más de luz sobre este interrogante. Que nadie subestime a Franco a estas alturas como caballo ganador, puesto que las máscaras que fue adoptando conforme cambiaban las circunstancias históricas le sirvieron para detentar la máxima autoridad en España. Al respecto, hay más información en la reseña que se realizó en este mismo blog sobre "El gran manipulador. La mentira cotidiana de Franco".

Pese a todas esas máscaras y pese a la astucia política de Franco, el dictador murió en la cama. Es decir, no hubo un movimiento común y participativo lo suficientemente poderoso en España para derribarle. ¿Miedo, sumisión, seguidismo, resignación, pragmatismo? Estamos entrando en el campo de las emociones humanas. ¿Serían estas también las que determinaron que la sociedad alemana hiciese oídos sordos a las barbaries del nazismo o colaborase abiertamente con él o que amplios sectores italianos apoyaran o dejaran hacer a Benito Mussolini y sus objetivos totalitarios?

El Doctor en Medicina por la Universidad de Düsseldorf, Francisco José Rubia, residió por motivos evidentes y durante largo tiempo en Alemania. Allí, él mismo reconoce que tuvo que enfrentarse a la polarización entre arios y no arios, entre burguesía y proletariado, entre comunistas y capitalistas. Esa experiencia y sus propias inquietudes intelectuales le llevaron a cuestionarse sobre la posibilidad de que existiesen estructuras cerebrales comunes que sirvieran de cimientos para la aceptación de las ideologías totalitarias.

El libro que resultó de esa reflexión fue "El cerebro nos engaña" y abarca aspectos neurológicos muchísimo más amplios relacionados con el dualismo realidad objetiva - realidad subjetiva. De hecho, ese primer interrogante sobre los fascismos ocupa una parte marginal de la obra. Sin embargo, las conclusiones que pueden extraerse de su lectura son sorprendentes. Si no explican neurológicamente el por qué se profesa una ideología nazi, por ejemplo, sí que marcan algunas directrices para creer que el hecho neurológico influye directamente en esa decisión.

Del ensayo de Rubia se desprende una idea determinante para entender la posición política ortodoxa: "Cualquier información es utilizada por el cerebro para confirmar lo que cree. Es lo que se ha llamado pensamiento circular, esa forma de pensamiento que utiliza cualquier información para realimentarse a sí mismo, base de muchas ideologías". Poco que añadir. Como tampoco hay mucho más que decir cuando escribe: "Algunos autores asumen la existencia de alguna tendencia innata a rechazar lo evidente por parte del cerebro. Por ejemplo, todos tenemos la consciencia de la inevitabilidad de la muerte, pero sin embargo nos comportamos como si este hecho no existiera. Es muy probable que el valor de supervivencia que esta negación de lo inevitable tiene sea el que ha dado lugar a esta especie de autoengaño del que a diario hacemos uso. Sólo así se explica que en la Alemania nazi haya habido tanta gente que ignorase activamente la existencia de campos de concentración, a veces muy cerca de pueblos y ciudades".

La memoria, función mental, parece estar tan ligada a nuestros primeros instintos de supervivencia como a las experiencias que nos han permitido controlarlos cuando eran innecesarios. Así pues, habría que replantearse el sentido del manido término "memoria histórica" porque puede que encierre más jugo que la verborrea diaria de nuestros políticos.

Como hemos empezado con Pavese y ya que hemos abusado de la cita textual, usemos ahora un artículo del italiano que aparece en su obra "La literatura norteamericana y otros ensayos". No hay mejor punto final para todo lo que se ha querido decir hasta ahora.



"A cada paso, durante estos veinte años, la cultura italiana estuvo a punto de gritar: Basta. Ya está bien. Detente, fascismo. Y siempre estuvo dispuesta a aceptar una situación incómoda con tal de tener la certeza de que las cosas no empeorarían. Pero la naturaleza del fascismo, como la de todos los vicios, era por el contrario rodar por la pendiente convirtiéndose en alud, escapando incluso al control de sus jefes. En semejantes trances, la cultura italiana abrigó la ilusión, constantemente renovada, de que era posible cavar un refugio, acurrucarse en él y ocuparse de los propios asuntos, tal como uno acepta el mal tiempo, rezongando y consolándose con la idea de que al fin y al cabo es bueno para el campo. Conocí a un antifascista, profesor y matemático, que en Febrero de 1938, al caer Madrid, me dijo: Pues mira, estoy contento. Ya no podía pensar ni trabajar. Ahora ya no me remorderá más el no estar en España combatiendo contra Franco."


Lo que no es tradición, es plagio. Bibliografía


"La literatura norteamericana y otros ensayos"
Cesare Pavese
Lumen


"El cerebro nos engaña"
Francisco J. Rubia
Booket