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julio 15, 2008

Buñuel en el laberinto de las tortugas



Arte, política, dinero. Tres razones poderosas para que un hombre como Luis Buñuel (Calanda, 1900 - México, 1983) encaminara sus pasos hacia Las Hurdes extremeñas desde un París que recelaba o simplemente ignoraba su obra. Volvía a una España sentada en dinamita que ya larvaba su guerra fratricida de una Francia en la que, según el cineasta aragonés, había sido concebido, en un hotel cercano a Richelieu Drouot llamado Ronceray. Allí, en el país galo, entre Gauloises fumados en tabernas todavía provincianas, el calandino había continuado su labor de poner patas arriba el universo moral del que él mismo procedía: la ética y las costumbres burguesas. No lo había conseguido.

Buñuel, por tanto, estaba perdido y confundido. Creía en el surrealismo como instrumento de agitación social y política, pero la realidad le había dado la espalda. Así pues, necesitaba un nuevo motivo de inspiración, un nuevo desafío. Los estudios que sobre Las Hurdes había desarrollado el por entonces director del Instituto Francés de Madrid, Maurice Legendre, habían llegado a sus manos y la imaginación y el ímpetu del aragonés hizo el resto. Sólo faltaba el dinero con el que financiar un proyecto documental cuyo fin último iba a ser la provocación a través de la denuncia más cruda de la miseria más indignante.

Es en ese momento cuando el azar, pariente próximo del surrealismo, entra en escena en la figura de Ramón Acín (Huesca, 1888 - 1936). Dibujante, pintor y escultor, pero también anarquista, el oscense le había prometido al turolense que si le tocaba la lotería financiaría su proyecto. En 1931, un premio importante cae en Huesca y entre los afortunados, milagrosamente, Ramón Acín, quien, lejos de dejarse llevar por la tentación del dinero fácil, cumple su promesa. Lástima que de este artista precursor de la vanguardia española se sepa más bien poco o se sepa lo anecdótico, que se mezcla además con la alegría y la tragedia. Su final fue como el de muchos que lucharon contra el fascismo, aunque el tinte es mucho más oscuro cuando se conocen las circunstancias. Reclamado por un grupo de extrema derecha mediante el chantaje de fusilar a su mujer si no se entregaba, Acín se entrega. No tardan en fusilarle, pero junto a su mujer.

Ramón Acín partió con Luis Buñuel hacia Las Hurdes, acompañados ambos por dos técnicos franceses: Eli Lotar y Pierre Unik. Pero, ¿hacia dónde se dirigían realmente?





Volvamos a Mauricio Legendre y remontémonos a 1910. Este profesor universitario francés decidió construir su tesis en torno al estudio antropológico de una comarca cuyo nivel de pobreza, primitivismo y abandono se había convertido en casi leyenda. En sus estudios de campo, fue acompañado alguna vez por Miguel de Unamuno o el Dr. Marañón. Llegados a principios de la década de los años 20, con el desastre de Annual como epicentro de la actualidad política española y las concesiones de licencias a jóvenes de familias pudientes para evitar la guerra avergonzando a muchos, el rey Alfonso XIII decide acercarse hasta Las Hurdes en lo que parece un lavado de imagen o, en términos actuales, un claro preludio de marketing político. Las nuevas tecnologías se ocuparían de dar relevancia a este inédito viaje a caballo, ya que se incluye entre los macutos de la expedición una cámara de cine y una cámara fotográfica. Buñuel, por tanto, no fue el primer cineasta en retratar a los hurdanos.

El Borbón prometió muchas cosas que no se cumplieron, así que no es de extrañar que, cuando llega el director aragonés diez años después a esta comarca, sus habitantes siguieran padeciendo bocio y paludismo, enterraran a sus muertos a kilómetros de distancia o recorrieran la distancia que les separaba de Salamanca para pedir limosna o buscar provisiones (en este caso, los mendigos que volvían al pueblo prestaban dinero a sus paisanos con intereses). Las Hurdes era una tierra sin pan, desde luego, y cuando lo había gracias al profesor del pueblo, éste obligaba a los niños a comérselo en clase para que no se lo quitaran sus propios padres. Endogamia y poligamia eran términos desconocidos en Las Hurdes, por lo que no había ninguna condena moral en sus habitantes para que algunos no cayeran en ambas. Si la tierra de Las Hurdes no daba para mucho, menos daban las fuerzas de sus paisanos. Sin embargo, aquellos hombres y mujeres se negaban a emigrar y allí permanecían, apegados a su laberinto de tumbas, sin que el tiempo pasase por ellos.

Seguro que estas historias deslumbraron a un provocador nato como era Luis Buñuel. Seguro que también le emocionaron y le hicieron saltar ante tanta injusticia. Pero la simple realidad no era suficiente para Luis Buñuel. Era un surrealista superado en esta ocasión por el mundo de los sentidos y, ante todo, un artista dispuesto a epatar. Por ello, imágenes que vemos en el documental nos hacen dudar de su calidad de tal y nos hacen pensar si no estaremos más bien ante una película de ficción.





En un momento de "Las Hurdes. Tierra sin pan", aparece una cabra que se precipita por un despeñadero, única razón por la que los hurdanos podían comérsela. En otro momento, un burro termina muriendo bajo los picotazos de las abejas de la colmena que había caído sobre él. En otro, una niña se retuerce de dolor aquejada de un insoportable dolor de muelas. Pues bien: la cabra había sido tiroteada antes de lanzarla al vacío por Buñuel, conocida es su afición a las armas de fuego desde que se hiciera con una pequeña Browning en su infancia; el burro había sido untado de miel por el equipo de rodaje antes de azuzar a los insectos; la dentadura filmada no era la de la niña, sino la de una anciana del lugar.

Esos motivos presentan a Luis Buñuel en una óptica bien reconocida desde siempre. Su carácter contradictorio. El mismo que le convertía en un burgués revolucionario, en un ateo que cree en el poder supremo de los sueños, en un hombre que pasa de la bondad a la crueldad en décimas de segundo. En definitiva, en un personaje que nos es simpático y odioso al mismo tiempo.

Quizás la miseria nunca le había impresionado, tal y como reconoce en sus memorias cuando rememora sus paseos por los caminos del Bajo Aragón por donde andaban sus míseros paisanos. Quizá el humor negro, rudo y recio que siempre transmitió no fuese otra cosa que una coraza. Quizás esas manipulaciones tenían un fin bondadoso, transmitir con mayor fuerza aún la denuncia de una situación indescriptible. Pero quizás, sin darle más vueltas y sin tratar de buscar excusas pueriles, estamos simplemente ante las contradicciones propias de un artista mayúsculo, las mismas que sufrieron Lope de Vega, Quevedo, Valle Inclán y tantos otros.

Lo cierto es que el efecto de "Las Hurdes. Tierra sin pan" fue demoledor. Para el doctor Marañón, presidente a la sazón del Patronato de Las Hurdes, un film insultante para España. Por lo tanto, censurado durante años. Para la población de Las Hurdes, durante décadas, una gran mancha en su historia que se ha ido diluyendo cuando han pasado varias generaciones y se han dado cuenta que Buñuel, para bien o para mal, inmortalizó su tierra para siempre gracias al cine.

Se cumplen 75 años ahora de su estreno y se edita la historieta "Buñuel en el laberinto de las tortugas". La firma Fermín Solís (Madroñera, 1972) y puede definirse como oportuna, justa con sus protagonistas, deliciosamente narrada y dibujada con un simbolismo sutil y sabio. Un paso adelante de un autor al que no le asustan los retos.

abril 14, 2008

Dinero. Revista de Poética Financiera e Intercambio Espiritual



Ya lo decía el descarnado Quevedo: “Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado, pues de puro enamorado anda continuo amarillo. Que pues doblón o sencillo hace todo cuanto quiero, poderoso caballero es don Dinero”. Lo decía el poeta en un siglo marcado en España por una gran desconfianza política, por un hambre simbolizada en pícaros andrajosos y aparentes hidalgos apostados en las plazas principales de villas y ciudades y por una creatividad literaria excelente que dio en conocerse, paradójicamente, como el Siglo de Oro español. Más allá del tópico, una perogrullada: y eso que todavía no se vivía en un sistema capitalista...

No obstante, me atrevo a afirmar que el poder corruptor de monedas y billetes se remonta al mismo momento en el que el hombre hizo el ejercicio de abstracción que le permitió regular sus intercambios comerciales a través de cosas a las que les otorgó un valor artificial. Para entenderlo con otro tópico, el oro para los pueblos precolombinos no era lo mismo que para los conquistadores españoles. Los primeros lo consideraban una excrecencia y utilizaban para sus pagos el cacao. Los segundos lo codiciaban como fuente de riquezas y nivel social. En ambas sociedades había clases determinadas por la mayor o menor posesión de su moneda particular.

Saltando de una época a otra, llegamos a nuestros días. Días de libre mercado, grandes multinacionales, infinitas campañas de publicidad, índices de Bolsa, bancos, hipotecas, créditos personales, paro… Días que no pasan sin que escuchemos las palabras democracia, derechos humanos, libertad… Días en los que mueren miles de personas por hambre, guerra, represión, pandemias… Con tantas variables y tanta información, ahora que creemos saberlo todo gracias a Internet, es lógico que la conciencia mundial que ha conformado la globalización apoye sus denuncias y críticas en las numerosas contradicciones que pueden observarse en el mundo contemporáneo.



Miguel Brieva (Sevilla, 1974) apunta en esa dirección con una, curiosamente, lujosa recopilación de todas sus “Revistas de Poética Financiera e Intercambio Espiritual” agrupadas en el explícito título: “Dinero”; y editada por una de las editoriales más fuertes de nuestro país, Random House Mondadori. Si a un ecologista militante le suponemos una actitud vital acorde a lo que expresa (circular en bici, uso de energías renovables, esfuerzo por ahorrar agua, dieta ecológica…) a un hombre con una opinión tan ácida y corrosiva sobre el sistema económico que rige en nuestro mundo también le suponemos ciertas actitudes vitales acordes a su pensamiento. Yo las desconozco, pero intuyo o quiero intuir que será así, que Miguel Brieva vive sin ver la televisión, sin teléfono móvil, que trabaja lo justo para poder vivir, ayuda a los más necesitados, no vota, participa activamente en luchar contra las injusticias y no ha caído nunca en las garras del consumismo.

Dicho esto, la mayoría de las reflexiones de Miguel Brieva son acertadas y lúcidas. Muy molestas para tipos de clase media como yo, aborregados, esclavos de la dictadura capitalista, yonkies del encefalograma plano al que nos aboca la televisión y la publicidad. Sus ironías casi esperpénticas resultarían grotescas si no saltasen noticias reales que nos hablan, por ejemplo, de la venta de una foto de un desnudo de una afamada cantante por 91.000 dólares o de los pequeños regalos de un actor de Hollywood a su esposa: un Rolls-Royce de 350.000 dólares, un Ferrari de 230.000, un anillo de diamante rosado de 1.200.000 dólares y un inodoro con incrustaciones de rubíes, zafiros, perlas y diamantes. Pero eso no sirve de excusa cuando las personas normales de este mundo colaboramos a perpetuar ese estado de las cosas a un nivel, desde luego, mucho más modesto. Caprichos y necesidades que nos marcan las campañas publicitarias, la propia envidia o cierto trastorno obsesivo compulsivo por adquirir objetos que, quizás, no necesitemos realmente.

El discurso no es nuevo, pero no por ello es menos necesario. Aunque uno no sabe muy bien si, después de la lectura de “Dinero”, echarse al monte, afiliarse al Partido Comunista o deprimirse por lo mezquinos e hipócritas que somos en nuestra vida diaria. Las dos primeras opciones se descartan rápidamente cuando uno ha sobrepasado la “adultescencia”, la última se pasa cuando uno madura y toma menos en serio a su conciencia de lo que quizás debería. Porque, desde luego, el sueño de la igualdad material entre todos los hombres por vía política ha fracasado y, no sólo eso, ha sacado lo peor del ser humano, convirtiendo el prometido paraíso en cárcel abominable. Si de lo que se trata es de la comuna libertaria y anarquista, yo no creo que el hombre sea tan naturalmente bondadoso (ni tan malo como lo pintan otros). Así pues, creo que, si después de esta lectura de la obra de un gran dibujante de viñetas y tebeos consigo modificar algo, aunque sea poca cosa, de mi vida consumista y aborregada, me daré por satisfecho. Aunque, eso sí, espero que Miguel Brieva cumpla con lo que predica, porque en los días que corren, hasta la subversión vende y da dinero.

Para cerrar, unas citas del autor realizadas en una entrevista:
“Yo siempre me he inclinado, en mi caso, por la autoedición y la distribución alternativa de ese material [su obra], y creo que ese es un camino de los posibles. Pero creo igualmente necesario aprovechar los espacios de más difusión, aunque ello confiera una cierta dosis de contradicción a nuestro mensaje, en tanto que no se pierda la integridad política o estética de lo que hagamos”.
“Es preciso, en tanto tratamos de reconstruir otras propuestas políticas, actuar en el plano más primario aunque por el momento más influyente: el consumo”.
“La gente sale a la calle en contra de la guerra de Irak, pero no está dispuesta, por ejemplo, a renunciar al coche, al uso permanente de hidrocarburos”.
“Yo creo que, respetando y aprendiendo de la verdadera esencia de esas otras cosmovisiones, lo que los occidentales debemos hacer es precisamente redescubrir la verdadera dimensión de la razón, que, aunque parezca algo casi sacrílego e irracional, abarca en sí misma una connotación espiritual”.
“Los adelantos científicos son estupendos, siempre que sean motivados por las verdaderas necesidades de los seres humanos, estén al alcance de todos y no interfieran en el equilibrio de nuestro ecosistema”.

Fuente: www.generacionxxi.com/entrevistas/brieva.htm

abril 03, 2008

Fun Home. Una familia tragicómica



No se trata de revindicar en este blog el poder literario del tebeo, pero ejemplos como "Fun Home. Una familia tragicómica" de Alison Bechdel (Pensilvania, 1960) corroboran las teorías de los lectores más ávidos de esta expresión cultural. Con una poesía textual y visual íntima y descarnada, esta aclamada autora nos abre las puertas de sus fantasmagorías y obsesiones de par en par. Produce vértigo, en ocasiones, la delicada sinceridad con la que Bechdel nos confiesa lo que en su infancia la hizo tal y como es ahora.

Paternidad, homosexualidad y literatura cruzan las viñetas de este largo tebeo para explicar la cara oculta de una familia realmente especial. Proust, Camus, Henry James, Wilde, Scott Fitzgerald, Faulkner... Son innumerables las referencias literarias con las que la joven protagonista trata de entenderse y entender a quienes le rodean, sobre todo a su padre, un homosexual reprimido que opta por la impostura en lugar de vivir conforme a sus tendencias.


Es más fácil aparentar lo que no se es que ser como uno realmente es. Quedarse con la imagen que refleja el espejo es una tentación demasiado poderosa y quizás, en el caso del padre de esta historia, la única que le está permitida. Por esa misma razón, la niña, su hija, observadora compulsiva de sí misma, tampoco tiene otro camino que el de reconocer su propia condición por simple oposición a su progenitor. En un ataque de reflexión freudiana, Bechdel reconoce que le tocó a ella aportar la condición masculina en su familia y que fue una opción vital a la que llega, no a través de la experiencia corporal, si no a través del intelecto. Con miedo, con mucho miedo, la joven se declara lesbiana poco antes de que conozca la tendencia homosexual de su padre, momento en el que el extraño comportamiento de este hombre atormentado cobra sentido a los ojos de su hija. Sin embargo, este nudo que les une llega demasiado tarde para recuperar el tiempo perdido entre ambos y el edificio se desmorona consumido por la enfermedad incubada a lo largo de los años.

Con esos mimbres, la autora trenza un relato que es, al mismo tiempo, reconciliación con su pasado y canto de amor al padre perdido en vida y rescatado en la tinta de sus maravillosos dibujos y sus fantásticos pasajes literarios. Un esfuerzo al que se suma el talento creativo de Bechdel que hacen de "Fun Home. Una familia tragicómica" un tebeo a la altura de las mejores novelas de nuestro tiempo.