abril 29, 2008

Baylón



Cuando la fotografía se parece más a la literatura que a la pintura podemos decir que estamos ante un gran artista. La narración fotográfica no es fácil de conseguir. Sugerir historias desde fogonazos fugaces de un flash necesita de una actitud vital, de un interés por comunicar algo, por entender el mundo, y no simplemente del conocimiento práctico de traspasar la realidad a la película fotográfica.

Luis Baylón (Madrid, 1958) nos cuenta 70 historias en 70 fotografías tomadas entre finales de los 80 y primeros años del 2.000. Su olfato callejero, comparable al de su “maestro” Alberto García Alix, descubre la contradicción, la macabra ironía y la despiadada esperanza que habitan en la fauna de las aceras. Prostitutas, mendigos, lisiados, perros, gatos, loteros, jubilados, carteristas, horteras y chulos. Todos se ven descubiertos por la Rolleiflex alemana de dos objetivos de Baylón sin que ellos mismos lo sepan, confiados en el supuesto anonimato que nos conceden las metrópolis.

Esa manera de hacer fotos sobre la marcha, sin avisar, a traición, es uno de los puntos fuertes de este fotógrafo de lo casual. Pero lo casual es muy difícil de capturar. No es lo primero que entra por el objetivo. Es lo que nos da la idea de la casualidad: una yonqui derrengada delante de un cartel donde se lee que Dios reparte suerte, una vieja mendiga junto a una revista en la que también se lee un artículo titulado “Para mujeres que esperan más de la vida”, un par de monjitas ante el escaparate de una lencería… La ironía del destino hecha imagen.

Así, las historias de Baylón podrían dividirse en diferentes loes: Lo marginal. Lo kistch. Lo cutre. Lo hortera. Lo inquietante. Lo popular. Al más puro estilo de la novela negra o de la novela sucia realista. Porque, si se sueña con poder escribir con una cámara fotográfica, Baylón lo demuestra. Imágenes explícitas, sí, pero con una capacidad ilimitada para hacernos fabular sobre lo que hay realmente detrás de ellas.

abril 28, 2008

El mundo amarillo



Si crees en los sueños, ellos se crearán. Así subtitula Albert Espinosa (Barcelona, 1973) este canto a la vida que es su libro "El mundo amarillo". Entre los 14 y los 24 años, Albert superó tres cánceres, perdió una pierna, un pulmón y parte de un hígado y ganó una forma de entender la vida. Las palabras que escuchó de celadores, médicos, compañeros de habitación y madres de enfermos de cáncer quedaron tan grabadas en su memoria que ahora utiliza alguna de sus citas para comenzar cada capítulo de esta obra mucho más allá del simple libro de autoayuda, donde no encaja. Si Albert Espinosa no es feliz, está cerca, muy cerca de serlo, y nada mejor que utilizar esas citas para cerrar este breve comentario que bien podría sobrar visto lo visto y leído lo leído. Aún así me arriesgo y me extiendo un poco más para escribir sólo una palabra: pomelo. Palabra capaz de resucitar a los muertos.

"Las pérdidas son positivas".
"No existe la palabra dolor".
“Las energías que aparecen a los treinta minutos son las que solucionan el problema”.
“Haz cinco buenas preguntas al día”.
“Muéstrame cómo andas y te mostraré cómo te ríes”.
“Cuando estás enfermo llevan un control de tu vida, un historial médico. Cuando estás viviendo, deberías tener otro. Un historial vital”.
“Hay siete consejos para ser feliz”.
“Lo que más ocultas es lo que muestra más de ti”.
“Junta los labios y sopla”.
“No tengas miedo de ser la persona en la que te has convertido”.
“Encuentra lo que te gusta mirar y míralo”.
“Comienza a contar a partir de 6”.
“La búsqueda del sur y del norte”.
“Escúchate enfadado”.
“Hazte pajas positivas”.
“Lo difícil no es aceptar cómo es uno, sino cómo es el resto de la gente”.
“El poder de los contrastes”.
“Hiberna 20 minutos”.
“Busca a tus compañeros de habitación de hospital fuera de él”.
“¿Quieres tomarte un REM conmigo?”.
“El poder de la primera vez”.
“Truco para no enfadarse jamás”.
“Gran truco para saber si quieres a alguien”.

abril 27, 2008

El gran manipulador. La mentira cotidiana de Franco



Chocolate con picatostes aderezados con sentencias de muerte. Francisco Franco Bahamonde firmaba penas capitales mientras corría por sus labios el sabor dulzón del cacao. 130.000 personas fueron ejecutadas por el dictador español, ese hombre de aspecto gris que tras su rostro ocultaba el perfil psicológico de un psicópata. Qué otra cosa si no es un dictador, llámese Stalin, Hitler, Mussolini, Sadam Hussein o Fidel Castro.

Sin embargo, el Caudillo goza de la benevolencia de la Historia. Pinochet asesinó a 3.000 personas. Muchísimas, desde luego, pero bastante menos que las que asesinó Franco. Repito la cifra: aproximadamente 130.000 que se sepa, pues son cientos y cientos los documentos desaparecidos "misteriosamente" hasta el año de 1985 que podrían elevar la cifra.

Pero esa desaparición no es otra cosa que un lavado de cara más del dictador, que durante los 39 años de su poder omnímodo en España se cuidaría de lucir la careta más oportuna para la justificación de sus propios actos.

Paul Preston (Liverpool, 1946) trata de quitarle al Caudillo cada una de esas caretas en su nuevo estudio histórico: "El gran manipulador. La mentira cotidiana de Franco". Desde la del héroe romántico de la Legión en sus días en África hasta la del economista superdotado que supo inyectar al país la regeneración y el crecimiento que España experimentó durante la década de los 60.

Quizás la única época en la que Franco no puso en práctica su casi genética prudencia fue en África, pues allí batalló con un ahínco inusitado que sorprendía a sus propios compañeros, siendo por ese motivo herido de guerra y comenzando de ese modo su ascenso en el Ejército español. Realmente, Franco necesitaba hacerse valer en la contienda si su ambición ya era tan grande como la que demostró posteriormente. Pero a partir de ahí, el dictador se convirtió en un felino sigiloso, matemático y frío. También camaleónico, dispuesto a arrimarse al poder siempre y cuando ese poder respetase sus logros y sus expectativas.

De ese modo, la II República comenzó con mal pie para Franco. Cerrada "su" Academia Militar de Zaragoza y metido Azaña en la peliaguda tarea de revisar los ascensos y cargos militares del Ejército, el futuro Caudillo miraba con recelo ese nuevo sistema que parecía tratar al poder militar como lo que es: un servicio a la ciudadanía y a la Patria. Pero ese recelo pudo convertirse en esperanza para él cuando, durante la revolución minera de Asturias de 1934, el Ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, cedió tácitamente el control de la dura represión asturiana al mismo Franco, por el que sentía auténtica admiración. Así, el entonces joven general pudo acariciar por primera vez lo que era tener el poder en su mano pues, en definitiva, tanto el Ministerio de la Guerra como el de Gobernación estuvieron bajo su guante de hierro por aquellos días.

Aquella actuación de Franco en Asturias hizo que en mayo de 1935 Gil Robles, nuevo Ministro de la Guerra de la República, ordenase regresar a Franco de Marruecos y lo nombrase Jefe del Estado Mayor, cargo desde el cual el Caudillo trató de corregir puntualmente las reformas emprendidas por Azaña.

Pero este idilio con la II República terminó para Franco con la victoria del Frente Popular el 16 de Febrero, victoria que desató el pánico en los círculos derechistas. De hecho, Franco hizo todo lo posible junto a Gil Robles para que no se divulgara el resultado de las urnas y se declarase el estado de guerra en el país, estado al que no se llegó por la lealtad demostrada a la II República por el entonces director general de la Guardia Civil, el general Pozas.

Franco, ante sus tentativas frustradas, comenzó a arrancarse desde ese momento la careta de militar que había jurado lealtad al nuevo sistema y comenzó a dejar asomar otro rostro, el del Salvador de la Patria ante el peligro comunista que ya pugnaba por salir desde hace tiempo aunque, volviendo a la cautela que siempre demostró, hubiese sujetado mal que bien.

El asesinato de Calvo Sotelo precipitó los acontecimientos y comenzó la Guerra Civil. Con ella, otro mito se levanta en torno a Franco. El gran estratega militar. Aunque ni Hitler ni Mussolini pensaran lo mismo. No fue una victoria rápida, desde luego, pero sí la victoria que quiso el golpista. Una victoria en la que el objetivo primordial fue eliminar sistemáticamente cualquier residuo enemigo en el territorio conquistado, lo que ralentizó sobremanera el avance nacional.

Terminada la Guerra Civil, comienza la II Guerra Mundial y vuelve a crearse en torno al nuevo dictador una nueva aureola de santidad. Franco evitó, con clarividencia divina, la entrada de España en el conflicto. La reunión de Hendaya en 1944 entre Hitler y Franco es, quizás, la mayor leyenda creada en torno al segundo. Desde el supuesto retraso premeditado para inquietar al dictador alemán hasta la posición inflexible del Caudillo, la historiografía franquista se ocupó primorosamente de hacer creer al mundo que Franco detuvo los tanques germanos en la misma línea de los Pirineos. Nada más lejos de la realidad.



En primer lugar, Franco estaba deseoso de entrar en la II Guerra Mundial junto a Alemania e Italia. Creía que de ese modo, los alemanes, a los que auguraba una victoria relámpago, le concederían el dominio del norte de África. Pero pronto el Führer se daría cuenta de lo poco oportuno que sería tener como aliado a un país hundido y destrozado tras su propio conflicto y la indisposición que crearía esta alianza con Petain y los franceses aliados al nazismo. Franco, exultante en las fotografías por estar junto al hombre del momento, ya había mostrado su gran simpatía por el fascismo europeo cuando leía, como si fuese la Biblia, los boletines de la Entente Internacional contra la Tercera Internacional que terminó tejiendo lazos de hierro con la Antikomitern del doctor Goebbels. Pero, tras la derrota del fascismo en 1945, nada quedó de eso y el régimen español comenzó su carrera en solitario en el panorama internacional ayudado, en su esfuerzo por alcanzar la legitimidad de la que carecía, por discursos como el de Churchill en la Cámara de los Comunes en 1944.

En Hendaya, lo cierto es que Franco llegó tarde por el lamentable estado de las vías de los ferrocarriles españoles, desvencijados y, en el caso del que trasladaba al Caudillo, comidos por las goteras. Franco, además, se sintió profundamente molesto por llegar tarde a la cita con Hitler y, en la despedida, a punto estuvo el dictador español de caer de cabeza a los andenes de la estación en vuelo absurdo al más puro estilo Buster Keaton.

Tan desvencijada y destrozada estaba España, que los años de la posguerra han sido los más duros que la población ha soportado en el siglo XX. Franco, iluminado economista, decidió apostar por la autarquía como método y tanto creyó en su proyecto que la propaganda que le rodeaba bien pronto hizo correr el bulo de que hasta los norteamericanos envidiaban el sistema que multiplicó el estraperlo, el hambre y las cartillas de racionamiento. Mucho tiempo tardaron los especialistas en hacerle ver que aquello no conducía a ningún sitio y, sólo cuando la situación parecía insostenible, Franco soltó las riendas en favor de los tecnócratas y se abandonó a sus pasiones favoritas: la caza, la siesta, la merienda, las posibilidades de su sucesión y las sentencias de muerte.

El Caudillo ya lo dejó claro en la entrevista con Jay Allen antes de terminar la Guerra Civil. Al comentario del incrédulo periodista sobre la posibilidad deslizada en la conversación de que Franco fusilara a la mitad de los españoles para terminar el enfrentamiento, éste no dudó en afirmar: "He dicho al precio que sea". Ese precio parece que nos ha salido gratis a los españoles por la bula que rodea al dictador alimentada, además, por benevolentes, por decir algo, historiadores y aficionados al relativismo. Hoy en día parece tener más caché describir los graves errores de la II República, que lo fueron, y alabar la desmemoria como manera de mirar al futuro. De ese modo se justifica sibilinamente el alzamiento militar como una consecuencia inevitable dirigida por un hombre que sólo pensaba en el bien de España. Nos quieren hacer ver que los 39 años de oscuridad fueron un mal menor y no tan malo. Estudios como el de Paul Preston, afortunadamente, vuelven a poner las cosas en su sitio y demuestran que el Caudillo por la Gracia de Dios, como decía la leyenda de la peseta, era un ser ambicioso, cruel, tiránico y celoso de su propia imagen, lo que hizo que desplegara a su alrededor una densa capa de propaganda y mentira que a día de hoy todavía no ha sido arrastrada definitivamente por la Historia de la memoria interesada de muchos.

abril 14, 2008

Dinero. Revista de Poética Financiera e Intercambio Espiritual



Ya lo decía el descarnado Quevedo: “Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado, pues de puro enamorado anda continuo amarillo. Que pues doblón o sencillo hace todo cuanto quiero, poderoso caballero es don Dinero”. Lo decía el poeta en un siglo marcado en España por una gran desconfianza política, por un hambre simbolizada en pícaros andrajosos y aparentes hidalgos apostados en las plazas principales de villas y ciudades y por una creatividad literaria excelente que dio en conocerse, paradójicamente, como el Siglo de Oro español. Más allá del tópico, una perogrullada: y eso que todavía no se vivía en un sistema capitalista...

No obstante, me atrevo a afirmar que el poder corruptor de monedas y billetes se remonta al mismo momento en el que el hombre hizo el ejercicio de abstracción que le permitió regular sus intercambios comerciales a través de cosas a las que les otorgó un valor artificial. Para entenderlo con otro tópico, el oro para los pueblos precolombinos no era lo mismo que para los conquistadores españoles. Los primeros lo consideraban una excrecencia y utilizaban para sus pagos el cacao. Los segundos lo codiciaban como fuente de riquezas y nivel social. En ambas sociedades había clases determinadas por la mayor o menor posesión de su moneda particular.

Saltando de una época a otra, llegamos a nuestros días. Días de libre mercado, grandes multinacionales, infinitas campañas de publicidad, índices de Bolsa, bancos, hipotecas, créditos personales, paro… Días que no pasan sin que escuchemos las palabras democracia, derechos humanos, libertad… Días en los que mueren miles de personas por hambre, guerra, represión, pandemias… Con tantas variables y tanta información, ahora que creemos saberlo todo gracias a Internet, es lógico que la conciencia mundial que ha conformado la globalización apoye sus denuncias y críticas en las numerosas contradicciones que pueden observarse en el mundo contemporáneo.



Miguel Brieva (Sevilla, 1974) apunta en esa dirección con una, curiosamente, lujosa recopilación de todas sus “Revistas de Poética Financiera e Intercambio Espiritual” agrupadas en el explícito título: “Dinero”; y editada por una de las editoriales más fuertes de nuestro país, Random House Mondadori. Si a un ecologista militante le suponemos una actitud vital acorde a lo que expresa (circular en bici, uso de energías renovables, esfuerzo por ahorrar agua, dieta ecológica…) a un hombre con una opinión tan ácida y corrosiva sobre el sistema económico que rige en nuestro mundo también le suponemos ciertas actitudes vitales acordes a su pensamiento. Yo las desconozco, pero intuyo o quiero intuir que será así, que Miguel Brieva vive sin ver la televisión, sin teléfono móvil, que trabaja lo justo para poder vivir, ayuda a los más necesitados, no vota, participa activamente en luchar contra las injusticias y no ha caído nunca en las garras del consumismo.

Dicho esto, la mayoría de las reflexiones de Miguel Brieva son acertadas y lúcidas. Muy molestas para tipos de clase media como yo, aborregados, esclavos de la dictadura capitalista, yonkies del encefalograma plano al que nos aboca la televisión y la publicidad. Sus ironías casi esperpénticas resultarían grotescas si no saltasen noticias reales que nos hablan, por ejemplo, de la venta de una foto de un desnudo de una afamada cantante por 91.000 dólares o de los pequeños regalos de un actor de Hollywood a su esposa: un Rolls-Royce de 350.000 dólares, un Ferrari de 230.000, un anillo de diamante rosado de 1.200.000 dólares y un inodoro con incrustaciones de rubíes, zafiros, perlas y diamantes. Pero eso no sirve de excusa cuando las personas normales de este mundo colaboramos a perpetuar ese estado de las cosas a un nivel, desde luego, mucho más modesto. Caprichos y necesidades que nos marcan las campañas publicitarias, la propia envidia o cierto trastorno obsesivo compulsivo por adquirir objetos que, quizás, no necesitemos realmente.

El discurso no es nuevo, pero no por ello es menos necesario. Aunque uno no sabe muy bien si, después de la lectura de “Dinero”, echarse al monte, afiliarse al Partido Comunista o deprimirse por lo mezquinos e hipócritas que somos en nuestra vida diaria. Las dos primeras opciones se descartan rápidamente cuando uno ha sobrepasado la “adultescencia”, la última se pasa cuando uno madura y toma menos en serio a su conciencia de lo que quizás debería. Porque, desde luego, el sueño de la igualdad material entre todos los hombres por vía política ha fracasado y, no sólo eso, ha sacado lo peor del ser humano, convirtiendo el prometido paraíso en cárcel abominable. Si de lo que se trata es de la comuna libertaria y anarquista, yo no creo que el hombre sea tan naturalmente bondadoso (ni tan malo como lo pintan otros). Así pues, creo que, si después de esta lectura de la obra de un gran dibujante de viñetas y tebeos consigo modificar algo, aunque sea poca cosa, de mi vida consumista y aborregada, me daré por satisfecho. Aunque, eso sí, espero que Miguel Brieva cumpla con lo que predica, porque en los días que corren, hasta la subversión vende y da dinero.

Para cerrar, unas citas del autor realizadas en una entrevista:
“Yo siempre me he inclinado, en mi caso, por la autoedición y la distribución alternativa de ese material [su obra], y creo que ese es un camino de los posibles. Pero creo igualmente necesario aprovechar los espacios de más difusión, aunque ello confiera una cierta dosis de contradicción a nuestro mensaje, en tanto que no se pierda la integridad política o estética de lo que hagamos”.
“Es preciso, en tanto tratamos de reconstruir otras propuestas políticas, actuar en el plano más primario aunque por el momento más influyente: el consumo”.
“La gente sale a la calle en contra de la guerra de Irak, pero no está dispuesta, por ejemplo, a renunciar al coche, al uso permanente de hidrocarburos”.
“Yo creo que, respetando y aprendiendo de la verdadera esencia de esas otras cosmovisiones, lo que los occidentales debemos hacer es precisamente redescubrir la verdadera dimensión de la razón, que, aunque parezca algo casi sacrílego e irracional, abarca en sí misma una connotación espiritual”.
“Los adelantos científicos son estupendos, siempre que sean motivados por las verdaderas necesidades de los seres humanos, estén al alcance de todos y no interfieran en el equilibrio de nuestro ecosistema”.

Fuente: www.generacionxxi.com/entrevistas/brieva.htm

abril 09, 2008

Los mitos de la Historia de España



Historia para diletantes, para glotones literarios, viajeros de metro, jubilados curiosos, universitarios de ciencias, marineros en alta mar... Historia para todos, en definitiva, como la Coca Cola. El historiador - divulgador Fernando García de Cortázar (Bilbao, 1942) tiene siempre presente que como mejor entra la memoria de los hechos es con un poquito de hielo y una rodajita de limón. Fresca, con un ligero sabor ácido, burbujeante.

Para conseguir el punto exacto de su bebida, García de Cortázar aliña el líquido elemento, la Historia, con una poética narrativa que cautiva por la poderosa capacidad metafórica del autor. Autor que se explica y explica muchas de las cosas que han sucedido en la piel de toro a través de sus poetas, siendo frecuentes los poemas intercalados en la narración con muy buen tino.

Otra cosa es el contenido. Los habrá que consideren que el historiador bilbaíno es un nacionalista español recalcitrante o que es demasiado tibio en la defensa de la Historia de España o que trata de guardar demasiado las distancias para que no se le vea demasiado el plumero. Es halagador para García de Cortázar , creo yo, que su obra guarde esa variedad de opiniones en sus lectores.

"Los mitos de la Historia de España" recorre de ese modo todas aquellas leyendas que hemos dado, incluso los españoles, por buenas verdades. La más difundida, quizás, sea la de ese espíritu único y compartido que tenemos todos los españoles y que nos convertiría en seres cainitas, obcecados y maravillosamente primitivos (como les gustaba describirnos a los viajeros románticos del S. XIX que veían en nuestro país como el lugar al que escapar de sus propios fantasmas personales). No vamos a negar que hemos sido esas tres cosas, pero también hubo muchísimos españoles, que fueron justamente lo contrario y que no han tenido la repercusión pública de la que sí ha disfrutado este primer mito.

Luz de Trento y martillo de herejes, escribía Menéndez Pidal sobre nuestro país. Ser español es ser profundamente católico. Lo católico es el verdadero nudo que une a todos los españoles. Así pensaron muchos. Pero contra ese pensamiento lucharon otros tantos. Los heterodoxos, aquellos de los que tanto habló también el intelectual gallego. Sin olvidar a judíos, árabes, mudéjares y mozárabes que poblaron nuestra tierra con sus costumbres, su cultura y su paisanaje. Tendemos a olvidar que también ellos fueron españoles y, a veces, se tiene la sensación de que algunos los tratan simplemente como invasores circunstanciales, ocupantes ilegítimos de unas tierras que pertenecerían por mandato divino, según su discurso, a los descendientes de Pelayo.

Quizás sea ésa una de las razones por las que España cuenta con una Historia del exilio tan desgraciadamente extensa. Desde Sefarad a los campos de concentración franceses que acogían a los derrotados de la Guerra Civil pasando por los afrancesados que tuvieron que marchar tras la Guerra de la Independencia, a muchos españoles la única patria que les quedó un buen día fue la nostalgia y el lenguaje. Los antiespañoles, en la jerga de los que se quedaron, constituyen una de las principales reflexiones que deberíamos hacer sobre la Historia de España. Fernando García de Cortázar tiene una especial sensibilidad con ellos por la sangría cultural, económica y personal que supusieron todos esos éxodos forzosos. Ya que con ellos se marchaba también la posibilidad de otra España, una tercera vía del ser español que derrumba otro mito marcado a sangre y fuego en el imaginario colectivo: el de las dos Españas, alguna de las cuales habría de helarnos el corazón.

Dos Españas que también tendrían su espejo en la supuesta dualidad Castilla -Cataluña desbordada de leyendas y verdades a medias que señalarían a la meseta como último refugio del ser español más retrógrado y reservaría a su "contraria" el papel cosmopolita y pujante que todavía hoy parece tener gran calado entre algunos. La escala de grises, en este caso, es alargada.

Por último, queda el pueblo. La intrahistoria de nuestro país. Aquellos que más sufrieron los caprichos de reyes y gobernantes ineptos a los que, en algunos casos, ayudaron a alzarse con el poder. ¿Qué fue la Guerra de la Independencia si no una reacción católica y absolutista frente al invasor ilustrado francés? La Constitución de Cádiz, nos dice García de Cortázar, fue el maravilloso sueño de unos españoles lejanos quizás al sentir del pueblo, el mismo que ayudó a Fernando VII a volver al trono para seguir reinando a sus anchas. De ahí que esos ilustrados pusieran gran empeño en, a través de la opinión pública, es decir, los incipientes periódicos, construir el carácter noble y libertario de unas gentes en realidad analfabetas y temerosas al cambio de los tiempos. Un mito, el del pueblo ansioso de libertad, que se extendió a lo largo del S. XIX y llegó hasta la II República, esa puesta al día de la política española respecto a Europa traicionada por militares que le juraron lealtad y mal entendida por muchos, tanto de izquierdas como de derechas. Para muchos, un camino que sólo podía conducir a una guerra fraticida. Otro falso mito, pues el historiador bilbaíno considera que el conflicto bélico no tenía por qué haber sucedido y que fue esa traición militar la que lo hizo explotar definitivamente.

El camino de la dictadura de Franco fue largo y rico en silencios, represiones y ejecuciones sumarias. El régimen consiguió maquillar su carácter totalitario con cierta pujanza económica en los años 60 consecuencia directa del turismo y la emigración de compatriotas a países del entorno europeo. También le ayudó la situación política internacional por su furibundo discurso anticomunista, cuando, en realidad, durante la II República, el comunismo no era la ideología de izquierdas más popular frente a anarquistas, republicanos y socialistas. Pero el camino, en definitiva, fue demasiado largo. El dictador murió en su cama, así que ese pueblo ansioso de libertad poco coincide con el pueblo resignado a su suerte política y satisfecho con su piso y su seiscientos ("El Verdugo", de Berlanga, es un buen ejemplo). Una situación que muchos, en nuestra democracia, han querido revertir, manipulando su propia biografía y convirtiéndose, de la noche a la mañana, en ciudadanos reprimidos por los grises, militantes clandestinos o presos políticos.

Hay muchos otros mitos que acompañan nuestro paso por la Historia. Los más jóvenes los hemos bebido con la misma desgana con la que se toma esa última copa que retrasa nuestro anhelado descanso. Ya es hora de que, a la luz de una memoria justa y libre de prejuicios ideológicos, se nos sirvan otros cócteles en los que no esté presente el alcohol de los intereses personales. Esa lucidez puede ayudarnos a recordar dignamente el pasado de nuestro país para construir su futuro, que no tiene por qué ser negro ni tampoco tiene por qué estar teñido de enfrentamientos entre hermanos. Me quedo con una frase de Azaña, Presidente de la II República, pronunciada en el Ayuntamiento de Valencia en 1937 y citada en el libro de García de Cortázar: "No será un triunfo personal [la supuesta victoria de los republicanos], porque cuando se tiene el dolor de español que yo tengo en el alma, no se triunfa contra compatriotas". A día de hoy, la suscribo plenamente.

abril 03, 2008

Fun Home. Una familia tragicómica



No se trata de revindicar en este blog el poder literario del tebeo, pero ejemplos como "Fun Home. Una familia tragicómica" de Alison Bechdel (Pensilvania, 1960) corroboran las teorías de los lectores más ávidos de esta expresión cultural. Con una poesía textual y visual íntima y descarnada, esta aclamada autora nos abre las puertas de sus fantasmagorías y obsesiones de par en par. Produce vértigo, en ocasiones, la delicada sinceridad con la que Bechdel nos confiesa lo que en su infancia la hizo tal y como es ahora.

Paternidad, homosexualidad y literatura cruzan las viñetas de este largo tebeo para explicar la cara oculta de una familia realmente especial. Proust, Camus, Henry James, Wilde, Scott Fitzgerald, Faulkner... Son innumerables las referencias literarias con las que la joven protagonista trata de entenderse y entender a quienes le rodean, sobre todo a su padre, un homosexual reprimido que opta por la impostura en lugar de vivir conforme a sus tendencias.


Es más fácil aparentar lo que no se es que ser como uno realmente es. Quedarse con la imagen que refleja el espejo es una tentación demasiado poderosa y quizás, en el caso del padre de esta historia, la única que le está permitida. Por esa misma razón, la niña, su hija, observadora compulsiva de sí misma, tampoco tiene otro camino que el de reconocer su propia condición por simple oposición a su progenitor. En un ataque de reflexión freudiana, Bechdel reconoce que le tocó a ella aportar la condición masculina en su familia y que fue una opción vital a la que llega, no a través de la experiencia corporal, si no a través del intelecto. Con miedo, con mucho miedo, la joven se declara lesbiana poco antes de que conozca la tendencia homosexual de su padre, momento en el que el extraño comportamiento de este hombre atormentado cobra sentido a los ojos de su hija. Sin embargo, este nudo que les une llega demasiado tarde para recuperar el tiempo perdido entre ambos y el edificio se desmorona consumido por la enfermedad incubada a lo largo de los años.

Con esos mimbres, la autora trenza un relato que es, al mismo tiempo, reconciliación con su pasado y canto de amor al padre perdido en vida y rescatado en la tinta de sus maravillosos dibujos y sus fantásticos pasajes literarios. Un esfuerzo al que se suma el talento creativo de Bechdel que hacen de "Fun Home. Una familia tragicómica" un tebeo a la altura de las mejores novelas de nuestro tiempo.

abril 01, 2008

Últimas sesiones con Marilyn



El cine inmortalizó a Marilyn Monroe y mató a Norma Jean Baker. El cine, el psicoanálisis, sus relaciones matrimoniales, una infancia triste, las drogas... ¿Suicidio entonces o suicidio inducido? No es esa la pregunta a la que quiere dar respuesta Michel Schneider (1944) en esta novela, pero sí que parte de ese punto para hablar de quien encontró el cadáver del mito y lo vió por última vez vivo: Ralph Greenson.

Ralph Greenson fue el último psicoanalista de la rubia actriz. A él le dirigió Marilyn varias cintas magnetofónicas en las que descargaba sus obsesiones, su malestar existencial, sus dudas, y de ellas parte una historia que camina entre la realidad de personajes, fechas y lugares de la acción y la propia imaginación del autor. Es sólo un síntoma de la extraña e íntima relación que se estableció entre dos personas aparentemente distintas, radicalmente opuestas. Marilyn es una niña que tiene su propio Rosebud, un piano blanco de su infancia, y Ralph Greenson un freudiano sesudo y poco agraciado adoptando el papel de padre, implicándose hasta el tuétano en la recuperación de su famosa cliente. ¿Pero por qué Ralph Greenson se involucró en este caso hasta el extremo de abrir las puertas de su familia a Marilyn Monroe si ya era el reputado psicoanalista de estrellas como Frank Sinatra, Jack Lemmon o Vivian Leigh? Flechazo o compasión, lo cierto es que Greenson decidió tratar a Norma Jean Baker y no a Marilyn Monroe, aunque tal tratamiento supusiera saltarse sus propios códigos deontológicos.

Por otro lado, hay que entender que, si bien Marilyn Monroe se convirtió en una adicta a los divanes, entre 1950 y 1965 el psicoanálisis fue en Hollywood lo que ahora es el budismo o la cienciología entre Tom Cruise, Richard Gere, John Travolta y fauna de ese pelaje. Un camino de conocimiento interior para personas que no parecen de este planeta. Por eso probablemente Marilyn Monroe comienza a interesarse por la obra de Sigmund Freud con tan sólo 20 años. Porque desea encontrar el bálsamo a las heridas en esas teorías de nuevo cuño que, sin embargo, en aquellos momentos, son todavía una ciencia en pañales, casi contraproducente para enfermos que, a día de hoy, obtienen resultados infinitamente mejores a sus problemas gracias al avance de esta medicina del alma. La pregunta asalta de inmediato al lector: ¿Si Marilyn Monroe hubiese sido atendida por la psiquiatría actual, hubiese corrido mejor suerte?

Elucubraciones aparte, lo que uno descubre al leer este libro es lo inevitable e interesado que fue el matrimonio entre cine y psicoanálisis por aquellos años. La interpretación de los sueños se convirtió en la materia prima de la fábrica de sueños. Ésta, en el laboratorio de los líderes espirituales. Porque en aquella época, el psiconalista se erigía en ocasiones en conductor de la propia vida de sus pacientes, recomendándoles amistades, rodajes, matrimonios, drogas de dudosa eficacia y demás. Así pues, sólo cabe concluir que Marilyn Monroe no fue nada más que víctima de su propio tiempo y circunstancias.

El mito siempre termina por cobrar vida propia antes o después. Decía Marilyn que sus amantes se acostaban con Marilyn Monroe y se despertaban con Norma Jean Baker. Es decir, poseían al mito, satisfacían el sueño y la vanidad, y despreciaban al ser humano que lo sostenía. Una situación insoportable para esa mujer, débil, humana, demasiado humana o tan humana como todos. Un desdoblamiento cruel cuya tiranía, además, quizás sólo podía destrozarse de una manera: matando al mito. Imagino a Norma Jean Baker tiñéndose el pelo con agua oxígenada frente al espejo. Viendo aparecer de nuevo al monstruo que todo le había dado y todo le quitaba. Estudiando el arma más eficaz para su destrucción. Alimentando sus ansias de asesinarlo y liberarse de su yugo. Deseando morir más que vivir.

Ralph Greenson iba a marchar a Europa a pronunciar una serie de conferencias en el peor momento para Norma Jean Baker. Cuando quizás había tomado la decisión más drástica tras atormentarse con lo que ella, quién sabe, tomaba por un nuevo abandono. Esta vez sí, el definitivo, el que se cumplió el 4 de Agosto de 1962.