julio 16, 2008

Mujeres encontradas



El alambre es la metáfora industrial del junco. Maleable y flexible, condiciones indispensables para no quebrarse ante el huracán de la vida. Así, lo que fue horquilla se convierte en mujer gitana; lo que muelle, nadadora. Sólo hay que andar por las calles como si se estuviese en las nubes, inocente y dispuesto a ser abrasado por el fogonazo de la imaginación, para que cosas así sucedan.

Fernando Beltrán (Lloviedo, 1956), desde siempre, ha caminado de esa manera por las ciudades que ha habitado. "Mis hijas me dicen que estoy en las nubes, pero las nubes llueven sobre las aceras y mi primer juguete fue un charco". Un día dijo algo así de bonito y posiblemente ese mismo día también se llevó a casa un trozo de basura que él había reencarnado en una mujer y en una historia. 800 veces lo hizo. Es todo un experto.

Mujeres implacables, psicólogas, sexuales, odiosas, virtuales, ancianas, maltratadas, han compartido lecho literario con él. A todas les puso nombre y biografía partiendo de ese trozo de basura, de ese alambre que ya no volverá a ser un simple alambre, sino la mujer a la que ahora representa. ¡Qué suerte tener las palabras para que el hombre se sienta un poco Dios e insufle vida a una costilla aunque ésta sea de metal, esté oxidada y a punto de quebrarse!

Sin embargo, no es cosa sencilla eso de dar nombre y existencia a lo que está muerto. Hay que arriesgarse y resignarse a crear monstruos, porque estos nacen, tal que los ángeles, del mismo líquido seminal recogido en nuestro subconsciente. Allí conviven aparentemente en paz hasta que llega uno y escoge al azar, como los melones, sin saber qué tendrán en su interior, si será dulce o amargo, crudo o demasiado maduro, jugoso o seco. A todos ellos, a ángeles y monstruos, hay que quererlos como imagino que se quiere a un hijo que te odia por ser su padre.

Quizás eso sea lo más cercano a la generosidad natural, a la que surge del conocimiento y aceptación de uno mismo y del desapego por la materia real porque se habita en otro lugar donde lo que pasa, pasa naturalemente porque sí. Fernando Beltrán es generoso por ambas cosas. Por llorar cuando habla de una biblioteca en su tierra, en Asturias, creada a partir de 1.600 libros de los que se desprendió sin trauma. Por encontrarse con mujeres de todo pelaje y no rechazar ni menospreciar a ninguna. Por dar nombre a objetos muertos y hacer que, lo que no existía, resucite y tenga otra oportunidad.

julio 15, 2008

Buñuel en el laberinto de las tortugas



Arte, política, dinero. Tres razones poderosas para que un hombre como Luis Buñuel (Calanda, 1900 - México, 1983) encaminara sus pasos hacia Las Hurdes extremeñas desde un París que recelaba o simplemente ignoraba su obra. Volvía a una España sentada en dinamita que ya larvaba su guerra fratricida de una Francia en la que, según el cineasta aragonés, había sido concebido, en un hotel cercano a Richelieu Drouot llamado Ronceray. Allí, en el país galo, entre Gauloises fumados en tabernas todavía provincianas, el calandino había continuado su labor de poner patas arriba el universo moral del que él mismo procedía: la ética y las costumbres burguesas. No lo había conseguido.

Buñuel, por tanto, estaba perdido y confundido. Creía en el surrealismo como instrumento de agitación social y política, pero la realidad le había dado la espalda. Así pues, necesitaba un nuevo motivo de inspiración, un nuevo desafío. Los estudios que sobre Las Hurdes había desarrollado el por entonces director del Instituto Francés de Madrid, Maurice Legendre, habían llegado a sus manos y la imaginación y el ímpetu del aragonés hizo el resto. Sólo faltaba el dinero con el que financiar un proyecto documental cuyo fin último iba a ser la provocación a través de la denuncia más cruda de la miseria más indignante.

Es en ese momento cuando el azar, pariente próximo del surrealismo, entra en escena en la figura de Ramón Acín (Huesca, 1888 - 1936). Dibujante, pintor y escultor, pero también anarquista, el oscense le había prometido al turolense que si le tocaba la lotería financiaría su proyecto. En 1931, un premio importante cae en Huesca y entre los afortunados, milagrosamente, Ramón Acín, quien, lejos de dejarse llevar por la tentación del dinero fácil, cumple su promesa. Lástima que de este artista precursor de la vanguardia española se sepa más bien poco o se sepa lo anecdótico, que se mezcla además con la alegría y la tragedia. Su final fue como el de muchos que lucharon contra el fascismo, aunque el tinte es mucho más oscuro cuando se conocen las circunstancias. Reclamado por un grupo de extrema derecha mediante el chantaje de fusilar a su mujer si no se entregaba, Acín se entrega. No tardan en fusilarle, pero junto a su mujer.

Ramón Acín partió con Luis Buñuel hacia Las Hurdes, acompañados ambos por dos técnicos franceses: Eli Lotar y Pierre Unik. Pero, ¿hacia dónde se dirigían realmente?





Volvamos a Mauricio Legendre y remontémonos a 1910. Este profesor universitario francés decidió construir su tesis en torno al estudio antropológico de una comarca cuyo nivel de pobreza, primitivismo y abandono se había convertido en casi leyenda. En sus estudios de campo, fue acompañado alguna vez por Miguel de Unamuno o el Dr. Marañón. Llegados a principios de la década de los años 20, con el desastre de Annual como epicentro de la actualidad política española y las concesiones de licencias a jóvenes de familias pudientes para evitar la guerra avergonzando a muchos, el rey Alfonso XIII decide acercarse hasta Las Hurdes en lo que parece un lavado de imagen o, en términos actuales, un claro preludio de marketing político. Las nuevas tecnologías se ocuparían de dar relevancia a este inédito viaje a caballo, ya que se incluye entre los macutos de la expedición una cámara de cine y una cámara fotográfica. Buñuel, por tanto, no fue el primer cineasta en retratar a los hurdanos.

El Borbón prometió muchas cosas que no se cumplieron, así que no es de extrañar que, cuando llega el director aragonés diez años después a esta comarca, sus habitantes siguieran padeciendo bocio y paludismo, enterraran a sus muertos a kilómetros de distancia o recorrieran la distancia que les separaba de Salamanca para pedir limosna o buscar provisiones (en este caso, los mendigos que volvían al pueblo prestaban dinero a sus paisanos con intereses). Las Hurdes era una tierra sin pan, desde luego, y cuando lo había gracias al profesor del pueblo, éste obligaba a los niños a comérselo en clase para que no se lo quitaran sus propios padres. Endogamia y poligamia eran términos desconocidos en Las Hurdes, por lo que no había ninguna condena moral en sus habitantes para que algunos no cayeran en ambas. Si la tierra de Las Hurdes no daba para mucho, menos daban las fuerzas de sus paisanos. Sin embargo, aquellos hombres y mujeres se negaban a emigrar y allí permanecían, apegados a su laberinto de tumbas, sin que el tiempo pasase por ellos.

Seguro que estas historias deslumbraron a un provocador nato como era Luis Buñuel. Seguro que también le emocionaron y le hicieron saltar ante tanta injusticia. Pero la simple realidad no era suficiente para Luis Buñuel. Era un surrealista superado en esta ocasión por el mundo de los sentidos y, ante todo, un artista dispuesto a epatar. Por ello, imágenes que vemos en el documental nos hacen dudar de su calidad de tal y nos hacen pensar si no estaremos más bien ante una película de ficción.





En un momento de "Las Hurdes. Tierra sin pan", aparece una cabra que se precipita por un despeñadero, única razón por la que los hurdanos podían comérsela. En otro momento, un burro termina muriendo bajo los picotazos de las abejas de la colmena que había caído sobre él. En otro, una niña se retuerce de dolor aquejada de un insoportable dolor de muelas. Pues bien: la cabra había sido tiroteada antes de lanzarla al vacío por Buñuel, conocida es su afición a las armas de fuego desde que se hiciera con una pequeña Browning en su infancia; el burro había sido untado de miel por el equipo de rodaje antes de azuzar a los insectos; la dentadura filmada no era la de la niña, sino la de una anciana del lugar.

Esos motivos presentan a Luis Buñuel en una óptica bien reconocida desde siempre. Su carácter contradictorio. El mismo que le convertía en un burgués revolucionario, en un ateo que cree en el poder supremo de los sueños, en un hombre que pasa de la bondad a la crueldad en décimas de segundo. En definitiva, en un personaje que nos es simpático y odioso al mismo tiempo.

Quizás la miseria nunca le había impresionado, tal y como reconoce en sus memorias cuando rememora sus paseos por los caminos del Bajo Aragón por donde andaban sus míseros paisanos. Quizá el humor negro, rudo y recio que siempre transmitió no fuese otra cosa que una coraza. Quizás esas manipulaciones tenían un fin bondadoso, transmitir con mayor fuerza aún la denuncia de una situación indescriptible. Pero quizás, sin darle más vueltas y sin tratar de buscar excusas pueriles, estamos simplemente ante las contradicciones propias de un artista mayúsculo, las mismas que sufrieron Lope de Vega, Quevedo, Valle Inclán y tantos otros.

Lo cierto es que el efecto de "Las Hurdes. Tierra sin pan" fue demoledor. Para el doctor Marañón, presidente a la sazón del Patronato de Las Hurdes, un film insultante para España. Por lo tanto, censurado durante años. Para la población de Las Hurdes, durante décadas, una gran mancha en su historia que se ha ido diluyendo cuando han pasado varias generaciones y se han dado cuenta que Buñuel, para bien o para mal, inmortalizó su tierra para siempre gracias al cine.

Se cumplen 75 años ahora de su estreno y se edita la historieta "Buñuel en el laberinto de las tortugas". La firma Fermín Solís (Madroñera, 1972) y puede definirse como oportuna, justa con sus protagonistas, deliciosamente narrada y dibujada con un simbolismo sutil y sabio. Un paso adelante de un autor al que no le asustan los retos.