abril 14, 2008

Dinero. Revista de Poética Financiera e Intercambio Espiritual



Ya lo decía el descarnado Quevedo: “Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado, pues de puro enamorado anda continuo amarillo. Que pues doblón o sencillo hace todo cuanto quiero, poderoso caballero es don Dinero”. Lo decía el poeta en un siglo marcado en España por una gran desconfianza política, por un hambre simbolizada en pícaros andrajosos y aparentes hidalgos apostados en las plazas principales de villas y ciudades y por una creatividad literaria excelente que dio en conocerse, paradójicamente, como el Siglo de Oro español. Más allá del tópico, una perogrullada: y eso que todavía no se vivía en un sistema capitalista...

No obstante, me atrevo a afirmar que el poder corruptor de monedas y billetes se remonta al mismo momento en el que el hombre hizo el ejercicio de abstracción que le permitió regular sus intercambios comerciales a través de cosas a las que les otorgó un valor artificial. Para entenderlo con otro tópico, el oro para los pueblos precolombinos no era lo mismo que para los conquistadores españoles. Los primeros lo consideraban una excrecencia y utilizaban para sus pagos el cacao. Los segundos lo codiciaban como fuente de riquezas y nivel social. En ambas sociedades había clases determinadas por la mayor o menor posesión de su moneda particular.

Saltando de una época a otra, llegamos a nuestros días. Días de libre mercado, grandes multinacionales, infinitas campañas de publicidad, índices de Bolsa, bancos, hipotecas, créditos personales, paro… Días que no pasan sin que escuchemos las palabras democracia, derechos humanos, libertad… Días en los que mueren miles de personas por hambre, guerra, represión, pandemias… Con tantas variables y tanta información, ahora que creemos saberlo todo gracias a Internet, es lógico que la conciencia mundial que ha conformado la globalización apoye sus denuncias y críticas en las numerosas contradicciones que pueden observarse en el mundo contemporáneo.



Miguel Brieva (Sevilla, 1974) apunta en esa dirección con una, curiosamente, lujosa recopilación de todas sus “Revistas de Poética Financiera e Intercambio Espiritual” agrupadas en el explícito título: “Dinero”; y editada por una de las editoriales más fuertes de nuestro país, Random House Mondadori. Si a un ecologista militante le suponemos una actitud vital acorde a lo que expresa (circular en bici, uso de energías renovables, esfuerzo por ahorrar agua, dieta ecológica…) a un hombre con una opinión tan ácida y corrosiva sobre el sistema económico que rige en nuestro mundo también le suponemos ciertas actitudes vitales acordes a su pensamiento. Yo las desconozco, pero intuyo o quiero intuir que será así, que Miguel Brieva vive sin ver la televisión, sin teléfono móvil, que trabaja lo justo para poder vivir, ayuda a los más necesitados, no vota, participa activamente en luchar contra las injusticias y no ha caído nunca en las garras del consumismo.

Dicho esto, la mayoría de las reflexiones de Miguel Brieva son acertadas y lúcidas. Muy molestas para tipos de clase media como yo, aborregados, esclavos de la dictadura capitalista, yonkies del encefalograma plano al que nos aboca la televisión y la publicidad. Sus ironías casi esperpénticas resultarían grotescas si no saltasen noticias reales que nos hablan, por ejemplo, de la venta de una foto de un desnudo de una afamada cantante por 91.000 dólares o de los pequeños regalos de un actor de Hollywood a su esposa: un Rolls-Royce de 350.000 dólares, un Ferrari de 230.000, un anillo de diamante rosado de 1.200.000 dólares y un inodoro con incrustaciones de rubíes, zafiros, perlas y diamantes. Pero eso no sirve de excusa cuando las personas normales de este mundo colaboramos a perpetuar ese estado de las cosas a un nivel, desde luego, mucho más modesto. Caprichos y necesidades que nos marcan las campañas publicitarias, la propia envidia o cierto trastorno obsesivo compulsivo por adquirir objetos que, quizás, no necesitemos realmente.

El discurso no es nuevo, pero no por ello es menos necesario. Aunque uno no sabe muy bien si, después de la lectura de “Dinero”, echarse al monte, afiliarse al Partido Comunista o deprimirse por lo mezquinos e hipócritas que somos en nuestra vida diaria. Las dos primeras opciones se descartan rápidamente cuando uno ha sobrepasado la “adultescencia”, la última se pasa cuando uno madura y toma menos en serio a su conciencia de lo que quizás debería. Porque, desde luego, el sueño de la igualdad material entre todos los hombres por vía política ha fracasado y, no sólo eso, ha sacado lo peor del ser humano, convirtiendo el prometido paraíso en cárcel abominable. Si de lo que se trata es de la comuna libertaria y anarquista, yo no creo que el hombre sea tan naturalmente bondadoso (ni tan malo como lo pintan otros). Así pues, creo que, si después de esta lectura de la obra de un gran dibujante de viñetas y tebeos consigo modificar algo, aunque sea poca cosa, de mi vida consumista y aborregada, me daré por satisfecho. Aunque, eso sí, espero que Miguel Brieva cumpla con lo que predica, porque en los días que corren, hasta la subversión vende y da dinero.

Para cerrar, unas citas del autor realizadas en una entrevista:
“Yo siempre me he inclinado, en mi caso, por la autoedición y la distribución alternativa de ese material [su obra], y creo que ese es un camino de los posibles. Pero creo igualmente necesario aprovechar los espacios de más difusión, aunque ello confiera una cierta dosis de contradicción a nuestro mensaje, en tanto que no se pierda la integridad política o estética de lo que hagamos”.
“Es preciso, en tanto tratamos de reconstruir otras propuestas políticas, actuar en el plano más primario aunque por el momento más influyente: el consumo”.
“La gente sale a la calle en contra de la guerra de Irak, pero no está dispuesta, por ejemplo, a renunciar al coche, al uso permanente de hidrocarburos”.
“Yo creo que, respetando y aprendiendo de la verdadera esencia de esas otras cosmovisiones, lo que los occidentales debemos hacer es precisamente redescubrir la verdadera dimensión de la razón, que, aunque parezca algo casi sacrílego e irracional, abarca en sí misma una connotación espiritual”.
“Los adelantos científicos son estupendos, siempre que sean motivados por las verdaderas necesidades de los seres humanos, estén al alcance de todos y no interfieran en el equilibrio de nuestro ecosistema”.

Fuente: www.generacionxxi.com/entrevistas/brieva.htm

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