marzo 17, 2009

Vidas y muertes de Luis Martín Santos



Se suele decir que el destino quiso que Luis Martín - Santos, elevado a los altares de las letras patrias por "Tiempo de silencio" durante esos días de 1964 , falleciese el 21 de febrero de ese año en un accidente de tráfico de regreso a San Sebastián desde Madrid y tras haber visitado Salamanca, donde había cursado estudios universitarios. Pero las razones de las famosas hilanderas también se explican, en muchas ocasiones, por la conducta personal de los humanos empecinados en cumplir lo que consideramos nuestro destino.

¿Era Luis Martín - Santos un suicida? Durante mucho tiempo, eso creyeron algunos. No lo era. Pese a su entonces reciente viudez, que lo embargó en una profundísima melancolía, el final del túnel parecía empezar a cobrar forma con un nuevo amor y una prometedora carrera literaria. Para José Lázaro, autor de "Vidas y muertes de Luis Martín - Santos", tras recopilar numerosos testimonios y si hemos de quedarnos con un adjetivo genérico, el famoso escritor no sería nada más y nada menos que un convencido existencialista al que le gustaba poner en práctica las ideas formuladas por Jean Paul Sartre conduciendo, por ejemplo, en sentido contrario a la circulación y a velocidad endiablada, según confiesa en la obra alguna víctima de semejante juego. De su admiración por el filósofo francés es iluminadora también la anécdota narrada por su amigo cineasta, quien recuerda al autor planteando juegos del tipo: "¿A ti quién te hubiera gustado ser si no hubieses nacido tú?". Y lo tenía muy claro: "Sartre, pero también Picasso".



Al hablar de Martín - Santos crece además la figura de Kafka por la forma en la que, en vida y en obra, las curiosas decisiones del destino marcaron ambas existencias. Si un accidente de tráfico es ya de por sí una muerte absurda, la historia que desarrolla el donostiarra en su primera y única novela íntegra, "Tiempo de silencio" (1962), culmina de un modo tan absurdo como la vida misma: podemos ser víctimas de una venganza por un hecho del que no somos culpables (el famoso aborto de la gitana) o podemos ser detenidos, como en la fantástica novela "El proceso", sin que exista motivo lógico para ello, por seleccionar sólo un ejemplo.



Esas certidumbres de lo absurdo de la existencia mueven a un tipo de risa que bien se asemeja al sudor frío que nos invade en situaciones extremas. Y Luis Martín - Santos, a lo largo de su biografía, cuenta con más de una de esas situaciones, a las que quizás se creía inmune. Relata nuevamente el cineasta en esta estupenda obra que se lee con placer, cómo él y su amigo se encuentran un día por las calles de San Sebastián con un conocido del padre del escritor: Melitón Manzanas. El progenitor de Martín - Santos era médico militar y formó parte de los comités de depuración tras la guerra, así que su vástago, animado tras ese escudo protector frente al temible policía que perseguía y torturaba, se apresura a presentar a los desconocidos a su manera: "Melitón Manzanas, aquí Anton Eceiza, cineasta. Antón Eceiza, aquí Melitón Manzanas, esbirro".

Anécdotas como ésta apoyan la teoría de quienes piensan que quizás Martín - Santos no hiciera otra cosa que reirse de todo. Algunos creen que cada capítulo de "Tiempo de silencio" es una parodia del estilo de Faulkner, Joyce, Cela... y quizás no les falte razón. Sin embargo, otros aspectos de su vida nos hacen intuir que realmente se la tomaba muy en serio. Su papel político como miembro clandestino del Partido Socialista en el interior es muy significativo. En apenas dos años su brillantez le hace ganar un peso que otros muchos no habían alcanzado en décadas. Sin embargo, tras sus dos estancias en la cárcel de Carabanchel, abandona la política por los riesgos que suponía para su familia y por la imposibilidad de reconciliar en España a socialistas y comunistas. De todos modos, como escribió él mismo, "la vida de un hombre es imprecisa. No dibuja una figura, sino que presenta un bulto a nuestras consideraciones". De ahí que no sorprenda que otras voces que lo conocieron afirmen que su abandono político fue motivado más bien por el aburrimiento que le transmitían las reuniones, asambleas y congresos derivadas de su condición de dirigente. Una causa, en definitiva, son en realidad muchas causas.

Viene al caso entonces otra cita de Martín - Santos: "Revolver el pasado es un empeño idiota. ¿No es mejor dejar que los muertos se acostumbren a estar muertos?"; reflexión presente en la obra de Lázaro, que no pretende ni abarcarlo todo ni crear un basto e inamovible perfil del personaje. Sus páginas nos permiten conocerle un poco mejor, es cierto, pero al mismo tiempo lo envuelven en un halo de misterio todavía más profundo.



"Tiempo de silencio" es, por otro lado, una novela que despierta admiraciones y rechazos profundos. Juan Goytisolo y otros contemporáneos la recibieron eufóricos por el carácter destructivo hacia lo más sagrado de España: entiéndase, costumbrismo literario y sociedad gris anclada en el miedo, el tiempo y la costumbre. Juan Benet, amigo confeso de Martín - Santos, la rechazó por esconder, en su aparente ruptura formal, una historia que bien podrían haber escrito quienes precisamente decían combatir: escritores del tipo de Sánchez Ferlosio y su "Jarama" o de Camilo José Cela y su "Colmena". Sin embargo, no faltan testimonios que señalan que esa crítica del autor de "Volverás a región" no estaba motivada por otra cosa que por la envidia. Envidia del éxito editorial y público de su colega.

Culmina José Lázaro su obra con los testimonios, al principio reacios, luego descarnados, de Pepa Rezola, la que iba a ser la segunda esposa del escritor y la que fue en vida amiga íntima, junto a su esposo, del matrimonio Martín - Santos - Rocío Laffon. "Mire yo no sé si será verdad lo que usted dice de que recuperar la historia personal de Luis puede enriquecer el conocimiento de su obra literaria pero, la verdad... Le voy a ser muy sincera. Yo sigo sin entender qué interés puede tener el escribir un libro sobre la vida de Luis Martín Santos", termina por decir Rezola. Pero también es cierto, como dice el oftalmólogo amigo, que Martín - Santos era un hombre enmascarado por un libro. La biografía de José Lázaro ha conseguido arrojar, con éxito y calidad literaria, algo de luz sobre un ser brillante pero fugaz. Como un relámpago.

enero 16, 2009

Edgar Alan Poe



El 19 de Enero de 1809 nacía en Boston Edgar Alan Poe. Estados Unidos era por entonces un gran andamio. Un país en construcción formado por hombres y mujeres de variopintas procedencias, religiones, costumbres y culturas. Todavía quedaban grandes extensiones de tierras que colonizar hacia el Oeste y las chimeneas e industrias comenzaban a erigirse en paisaje habitual de las ciudades crecientes. En ese magma convulso nacería también la literatura norteamericana y se daría a conocer al mundo: coetáneos de Edgar Alan Poe fueron Herman Melville y Walt Whitman, entre otros muchos.

Edgar Alan Poe nacía al mismo tiempo que lo hacía una nación y quizás su biografía no fue otra cosa que el símil de un tiempo devorador que no permitía tregua alguna. Poe fue el hijo de unos cómicos ambulantes, actores secundarios que deambulaban por aquellos parajes apenas recién hollados por colonos, traperos y buscadores de oro. Abandonado por su padre a los nueve meses, la madre de Edgar Alan Poe muere cuando el escritor apenas cuenta con tres años. Serían unos comerciantes ingleses los que terminan por adoptarlo y por trasladarlo a Gran Bretaña, donde recibe sus primeras clases. Sin embargo, las relaciones no terminaron por ser muy fluidas con su padrastro, así que el joven Poe, al mismo tiempo que escribe, busca una vocación y prueba fortuna en el Ejército. Expulsado de la Academia Militar de West Point por desobediencia, sin embargo, un centenar de compañeros de armas le terminan por financiar el poemario "Israfel, A Helena y Leonore".

Su vida amorosa fue igualmente tumultuosa y su prima Virginia Clemm su gran amor. Se casó con ella cuando ésta no contaba todavía catorce años, pero la joven murió siete años más tarde. Las pérdidas continuas y tempranas de seres queridos y los apuros económicos, así como sus inestables relaciones con el mundo intelectual de la época, empujaron a Edgar Alan Poe al laúdano y al alcohol, drogas que pudieron agravar su frágil constitución nerviosa.

Poe murió un 7 de octubre de 1849 en Baltimore. Lo encontraron en plena calle, despojado de todo dinero y vestido con andrajos. Sufría alucinaciones y estertores propios del "delirium tremens". Pocos días después, fallecía en un hospital. Pese a las especiales circunstancias de la muerte, apenas se investigó el hecho, aunque los rumores sobre la causa real se multiplicaron y cambiaron con el paso del tiempo al albur de la leyenda: paliza, epilepsia, infarto, diabetes, deshidratación, rabia, asesinato... No obstante, la teoría más aceptada a día de hoy es la que cuenta que, al ser 1849 época de elecciones en Maryland, Poe pudo haber sido emborrachado y drogado por una banda de matones para inducir su voto, una práctica bastante habitual por entonces.



Aunque el estigma del alcoholismo y la depresión le perseguía, desde el mismo momento en el que pasó a mejor vida el mito gótico de Poe como personaje autodestructivo, marginal y oscuro comenzaría a sepultar el perfil del hombre seductor, ansioso de fama y ortodoxo exégeta de la creación literaria que fue. "Ya pasó, ya está vencida, la fiebre que llaman vida", escribió en su poema "Para Annie", algo que, junto a su intento de suicidio, no ayudaría mucho para proyectar al futuro esa otra imagen menos conocida del poeta. Esas ideas escritas tan cercanas a lo tétrico y tormentoso deslumbraron a Charles Baudelaire, Paul Valery o Stephane Mallarmé, quienes lo tomaron como modelo artístico y existencial. Sin embargo, se piensa que la leyenda acerca de su atormentada biografía fue engrandecida, en gran parte, por intelectuales anglosajones que habían sido objeto de las críticas de Poe en vida. Especial relevancia tuvo en esa dinámica Rufus Wilmot Griswold, albacea testamentario de Poe, que vislumbró en esa reputación marginal y oscura un suculento cebo para multiplicar las ventas de los libros de su amigo muerto.

De todos modos, su influjo es innegable hasta el día de hoy. El pintor surrealista René Magritte, por ejemplo, tomó algunos títulos de sus cuadros de obras de Poe y tras visitar la casa en la que vivió en Nueva York afirmó: "Es la más impresionante que he visto. La puerta de entrada da a un pasillo oscuro dominado por un cuervo disecado como en el célebre poema". El poema que menciona Magritte es "El Cuervo", ilustrado en cierta ocasión por el gran grabador francés Gustave Doré. Pero no sólo Francia se rendía a sus pies. En su viaje a los Estados Unidos, Charles Dickens quiso encontrarse a toda costa con el poeta y al conseguirlo le prometió encontrarle un editor en Londres. Y no sólo literatos se convertían en devotos del americano. Claude Debussy, por ejemplo, se pasó gran parte de su existencia tratando de componer una ópera basada en el relato "La caída de la casa Usher" sin resultado final completamente satisfactorio.

Edgar Alan Poe fue periodista, editor y crítico. También escritor, desde luego. Pero en su alma se engarzaba el diamante de la poesía con fuerza desmesurada. De hecho, sus relatos y cuentos fueron escritos más como medio para ganarse la vida que como aspiración a la gloria literaria. La poesía para Poe se acercaba a la música más que a cualquier otra expresión artística. La métrica como código para alcanzar el ritmo, la atmósfera adecuada, el sonido del verso escrito. La poesía como materia prima de la propia poesía. "Annabel Lee", "Ulalume"... Poe creó un particular universo poético que sirvió para que Charles Baudelaire lo elevará al Parnaso de los mejores poetas de todos los tiempos. El francés, de hecho, tradujo parte de su obra.

Sin embargo, la fama literaria de Poe le debe mucho más a sus sus relatos. Incluso en vida, fue en ocasiones un escritor de éxito. "El escarabajo de oro", por ejemplo, fue lo que hoy llamaríamos un auténtico best - seller. Tras la muerte del escritor, muchos comenzaron a señalarle como el primer eslabón de numerosos géneros de los que se nutrió con generosidad la literatura del S. XX. Jorge Luis Borges afirmaba que sin Edgar Alan Poe no se entendería lo escrito durante la pasada centuria.



Auguste Dupin fue el primer detective de la historia de la novela policíaca moderna. Antecedente del famoso Sherlock Holmes de Conan Doyle y del posterior Hercule Poirot, su capacidad analítica y lógica, casi sobrehumana, marcó un arquetipo mil veces repetido en el género. Pero sirve también como metáfora de la capacidad de observación y análisis que Poe aplicaba a su propia vida.

También a Poe se le atribuye el nacimiento de la literatura de terror. Sin embargo, en este caso hay matices, porque la literatura gótica anterior ya anticipaba, si no creó, el género. El "Frankenstein" de Mary Shelley sería un buen ejemplo, al que podría añadirse también la obra de Horace Walpole y otros.

Pese a todo, pocos escritores han conseguido desmenuzar el corazón más íntimo del ser humano como Edgar Alan Poe. Aunque a día de hoy algunos críticos tildan su prosa de "acartonada", lo cierto es que las atmósferas opresivas de relatos como "El pozo y el péndulo" o "La caída de la Casa Usher" pocas veces han sido resucitadas por plumas posteriores al norteamericano. Eso sí, más que estrujar el corazón del lector, Poe encoge los pasillos del laberinto de la mente humana.

"Las aventuras de Artur Gordon Pym" es para algunos el texto que mejor ha envejecido de Edgar Alan Poe. Habría que añadir "El Maëlstrom" e incluso "El escarabajo de oro". Sin embargo, no han sido éstas objeto de tanta atención como el resto de su producción en prosa.

De Poe se han escrito muchas cosas, quizás demasiadas, pero es evidente que se trata de un caso en el que la obra entierra al autor y, sobre todo, al hombre que la produjo. Es de ese modo como nacen los mitos, las leyendas. Y Poe, desde luego, es una de las más inmortales que conocemos..