agosto 04, 2008

Se reventó el manguito



Jean Rolin (Boulogne - Billancourt, 1949) ha conseguido obtener de la nada, petróleo. Mejor dicho en este caso: caucho. Un mérito indudable para una historia que se resume en una frase: un hombre trata de llevar desde París hasta el Congo un coche con el que un amigo podrá ganarse la vida como taxista en aquel país. A simple vista, por tanto, es comprensible adelantarnos al meollo de la cuestión e intuir en la obra del francés un libro de viajes en el que se ha de hablar, sin duda, de la típica solidaridad del europeo altruista y del tópico exotismo subyugante del continente africano.

Sin embargo, la historia nos sitúa en el Congo y el objetivo final del protagonista es tan irrelevante para su desarrollo como el que llevó a Marlow a encontrarse con Kurtz y con el horror. Efectivamente y de nuevo, "El corazón de las tinieblas".



En 1890, Joseph Conrad embarcaba en Burdeos hacia el Congo para sustituir, en principio, al fallecido capitán de un vapor llamado "Floride". ¿Qué sabía el escritor ucraniano sobre aquel país? ¿Estaba preparado ese hombre enfermizo desde la infancia para soportar los rigores de una región inhóspita? ¿Se planteó estas preguntas un Conrad ávido de encontrar trabajo y aventura y en cuya maleta, junto a su ropa interior, viajaba de un lado para otro el manuscrito de "La locura de Almayer"? No lo sabemos a ciencia cierta, pero lo único cierto es que el futuro gran escritor emprende una ruta a pie desde Matadi hasta Kinshasa, es decir, casi cuatrocientos kilómetros en condiciones penosas, con el objetivo de embarcar en el Roi des Belges para ayudar a otro barco de la compañía para la que trabajaba entonces. La expedición de socorro, compuesta en parte por nativos bantúes, debía remontar el río Congo. Se encontraron con una navegación extrema y tortuosa, circunstancia quizás previsible, a la que se le sumaron enfermedades, malas relaciones de Conrad con sus superiores y testimonios directos de la crueldad y la incompentencia humana. Así pues, no es de extrañar que el escritor, enfermo y de vuelta ya en Kinshasa, terminara escribiendo en una carta una frase lapidaria: "Todo es repugnante por aquí". A punto de perder la vida por la disentería y las fiebres y trasladado a Matadi en hamaca para su regreso a Inglaterra, Conrad quizás no era consciente aún de que el germen de una de las grandes novelas de la Historia estaba a punto de reventar tras esa experiencia frustrante, inútil y arriesgada.

Por su parte, Jean Rolin es hijo de un médico militar que estuvo destinado durante un tiempo en el Congo Francés. Asímismo, también él emprendió su particular viaje al corazón de las tinieblas en 1980 como reportero del diario "Libération" en el Congo. Además, si Marlow describió el infierno congoleño creado por el rey Leopoldo de Bélgica, el narrador de "Se reventó el manguito" atraviesa las tierras sobre las que Mobutu Sese Seko construyó su terrible cleptocracia particular. Las tierras que a día de hoy, todavía sufren las consecuencias de su Guerra Civil desarrollada entre 1996 y 2002 y de sus enfrentamientos étnicos en 2003. Tierras en las que la corrupción, la inoperante burocracia, el temido ejército y la idiosincrasia nativa tejen una red laberíntica de la que el protagonista europeo de la novela no sabe muy bien cómo escapar sano y salvo.

No estamos comparando en este caso la altura literaria de ambos textos, ya que no hay parangón posible. Pero sí el parecido destino que tanto Jean Rolin como Joseph Conrad han tenido con el Congo y, sobre todo, estamos comprobando cómo la herida abierta en ese rincón africano supura y sangra todavía.
Según una cita de Mark Twain, que data de su época como miembro del movimiento internacional contra el trabajo esclavo en el Congo, el trabajo forzado al que fueron sometidos sus habitantes a finales del siglo XIX y principios del XX costó entre cinco y ocho millones de vidas. Un verdadero genocidio, sea cual sea la cifra real, ordenado por alguien que nunca puso los pies en ese lugar, el rey Leopoldo II de Bélgica, y por un sólo motivo: el caucho y la extensión selva adentro del ferrocarril que había de permitir extraerlo en su integridad. Henry Morgan Stanley, el honorable e incansable explorador galés, fue durante cinco años la mano derecha del monarca belga en el Congo, un lugar donde, como escribe Adam Hochschild, "no existían los diez mandamientos".




Obras como la de Hochschild, "El fantasma del rey Leopoldo", atestiguan muy bien qué tipo de colonización sufrieron los países africanos por parte de los europeos y explican a la perfección el difuso sentimiento de culpa que experimentamos los "hombres de bien" cuando las terribles noticias que de allí nos llegan aparecen en nuestros televisores y periódicos. No obstante, ni siquiera el papel que desempeñó Europa y Estados Unidos en la descolonización africana podrían redimirnos de ese pecado original y tenemos que volver nuevamente nuestra mirada hacia el antiguo Zaire, el epicentro del continuo terremoto en África.

En 1960, Patrice Lumumba se erigía como Primer Ministro de la República Democrática del Congo por primera vez en la historia del país. De aspecto y educación a la europea, todos convienen que, aunque anticolonialista, tampoco se comportó como un santo con algunas de las tribus que vivían bajo su mandato. Sin embargo, hoy se sabe que la CIA proporcionó armas a Mobutu Sese Seko para lograr el poder congoleño y que el gobierno belga reconoció en 2002 su responsabilidad en la muerte de Lumumba.

"¿Sabe? En realidad no necesitamos coches. Mi gente prefiere ir en bicicleta. A los zaireños nos encanta el deporte". Así contestó Mobutu Sese Seko a una pregunta de un periodista europeo sobre el paupérrimo entramado móvil del país que gobernaba con mano de hierro. Una graciosa ironía si no procediese de un hombre que contaba con 4.000 millones de dólares en cuentas suizas gracias, entre otras cosas, al apoyo más o menos silencioso de Estados Unidos, Bélgica y Francia. Huelga decir que su gente moría de hambre y que, en su dolorosa decadencia de salud (cáncer de próstata) y de poder (rebelión apoyada por Uganda y Ruanda), fue abandonado por los gobiernos que sostuvieron y alentaron su cleptocracia.



Un destino parecido corrió el Emperador Centroafricano, Bokassa I. Valery Giscard D´Estaign, Presidente de la República Francesa entre 1974 y 1981, era muy amigo suyo, ya que su padre había tenido en ese punto africano grandes negocios y los intereses franceses sobre el uranio y el marfil de esa región seguían siendo escandolosos. Bokassa I llamaba al gobernante galo "primo", nada reseñable si este recién nacido Napoleón africano no se hubiese gastado todo el presupuesto anual del Estado en su ceremonia de coronación cuando su pueblo, nuevamente, se moría literalmente de hambre. Ironías del destino quisieron que su mujer, la emperatriz Catherine, terminara a sueldo de los servicios secretos franceses y consiguiera cambiar la titularidad de muchas y sobre todo gruesas cuentas corrientes del dictador centroafricano. De nada le había servido a Bokassa I regalarle a Giscard D´Estaign todo un coto de caza donde practicaba el puro y salvaje safari cinematográfico. Cuando tropas francesas lo derriban del poder mientras estaba en el extranjero, el "inocente" Bokassa I pide asilo en el país cuyo postulado oficial siguió a pies juntillas durante mucho tiempo: Francia. Evidentemente, le negaron el asilo. Es más, no le permitieron salir del avión.

Podríamos contar desgraciadamente hechos parecidos, como por ejemplo las relaciones del dictador ugandés Idi Amin Dada durante su golpe de Estado con Inglaterra e Israel. Pero sería extenderse demasiado en retratos a medio camino entre el horror y el delirio. África entera tiene tantos como baobas cubren sus tierras.

"Se reventó el manguito", por otro lado, se desarrolla en un tiempo en el que los europeos votamos una Constitución al mismo tiempo que aprobamos una ley de inmigración que permite detener, sin eufemismos, durante 18 meses a un inmigrante sin papeles. En esta novela hay un párrafo demoledor que resumiría las relaciones entre África y Europa durante el último siglo. Se nos describen dos fotografías del congoleño que ha de ganarse la vida con ese coche que tanto trabajo costó llevarlo hasta Kinshasa. En la que parece más joven, se le observa vestido de militar, pertrechado con armas automáticas y ropas de camuflaje en la selva africana. En la que ya está algo envejecido y enfermo, el mismo congoleño luce el flamante uniforme de guardia de seguridad de un McDonald en París.

Ernesto Ché Guevara también estuvo en el Congo tratando de exportar su revolución latinoamericana. Se nos cuenta en la obra de Rolin que el guerrillero se planteaba crear las necesidades que harían nacer en la población campesina sus supuestas ansias revolucionarias, porque cuando llegó, los campesinos eran, increíblemente, sino felices, al menos ajenos y reacios a sus postulados. "Hubiera sido preciso encontrar una fórmula para que necesitaran adquirir artículos de la gran industria", piensa Guevara cual ejecutivo publicista. Porque él mismo reconoce que poseían su tierra. La cultivaban. Consumían lo que les daba. Y no necesitaban nada más. Ni siquiera la utopía. Con esto no se pretende revindicar el estado del "buen salvaje", sino señalar que el fin de la inocencia de todo un continente fue abrupto, cruel e indiscriminado. Tres características básicas del carácter de buena parte de los seres humanos. Como dijo Conrad en su carta: "Todo es repugnante por aquí", en el mundo de los humanos, añado a título personal.

Lo que no es tradición, es plagio. Bibliografía


"El fantasma del rey Leopoldo. Codicia, terror y heroísmo en el África Colonial"
Adam Hochschild
Península / Atalaya


"Payasos y monstruos"
Albert Sánchez Pinyol
Aguilar


"Las vidas de Joseph Conrad"
John Stape
Lumen

2 comentarios:

Stultifer dijo...

Hay veces que queriendo ayudar lo único que se consigue es empeorar cualquier situación.

Pablo Salvador dijo...

q bueno descubir tu blog que tema tan interesante entre tanto relleno que uno se encuentra en la blogosfera. un aporte leerte.