Se suele decir que el destino quiso que Luis Martín - Santos, elevado a los altares de las letras patrias por "Tiempo de silencio" durante esos días de 1964 , falleciese el 21 de febrero de ese año en un accidente de tráfico de regreso a San Sebastián desde Madrid y tras haber visitado Salamanca, donde había cursado estudios universitarios. Pero las razones de las famosas hilanderas también se explican, en muchas ocasiones, por la conducta personal de los humanos empecinados en cumplir lo que consideramos nuestro destino.
¿Era Luis Martín - Santos un suicida? Durante mucho tiempo, eso creyeron algunos. No lo era. Pese a su entonces reciente viudez, que lo embargó en una profundísima melancolía, el final del túnel parecía empezar a cobrar forma con un nuevo amor y una prometedora carrera literaria. Para José Lázaro, autor de "Vidas y muertes de Luis Martín - Santos", tras recopilar numerosos testimonios y si hemos de quedarnos con un adjetivo genérico, el famoso escritor no sería nada más y nada menos que un convencido existencialista al que le gustaba poner en práctica las ideas formuladas por Jean Paul Sartre conduciendo, por ejemplo, en sentido contrario a la circulación y a velocidad endiablada, según confiesa en la obra alguna víctima de semejante juego. De su admiración por el filósofo francés es iluminadora también la anécdota narrada por su amigo cineasta, quien recuerda al autor planteando juegos del tipo: "¿A ti quién te hubiera gustado ser si no hubieses nacido tú?". Y lo tenía muy claro: "Sartre, pero también Picasso".
Al hablar de Martín - Santos crece además la figura de Kafka por la forma en la que, en vida y en obra, las curiosas decisiones del destino marcaron ambas existencias. Si un accidente de tráfico es ya de por sí una muerte absurda, la historia que desarrolla el donostiarra en su primera y única novela íntegra, "Tiempo de silencio" (1962), culmina de un modo tan absurdo como la vida misma: podemos ser víctimas de una venganza por un hecho del que no somos culpables (el famoso aborto de la gitana) o podemos ser detenidos, como en la fantástica novela "El proceso", sin que exista motivo lógico para ello, por seleccionar sólo un ejemplo.
Esas certidumbres de lo absurdo de la existencia mueven a un tipo de risa que bien se asemeja al sudor frío que nos invade en situaciones extremas. Y Luis Martín - Santos, a lo largo de su biografía, cuenta con más de una de esas situaciones, a las que quizás se creía inmune. Relata nuevamente el cineasta en esta estupenda obra que se lee con placer, cómo él y su amigo se encuentran un día por las calles de San Sebastián con un conocido del padre del escritor: Melitón Manzanas. El progenitor de Martín - Santos era médico militar y formó parte de los comités de depuración tras la guerra, así que su vástago, animado tras ese escudo protector frente al temible policía que perseguía y torturaba, se apresura a presentar a los desconocidos a su manera: "Melitón Manzanas, aquí Anton Eceiza, cineasta. Antón Eceiza, aquí Melitón Manzanas, esbirro".
Anécdotas como ésta apoyan la teoría de quienes piensan que quizás Martín - Santos no hiciera otra cosa que reirse de todo. Algunos creen que cada capítulo de "Tiempo de silencio" es una parodia del estilo de Faulkner, Joyce, Cela... y quizás no les falte razón. Sin embargo, otros aspectos de su vida nos hacen intuir que realmente se la tomaba muy en serio. Su papel político como miembro clandestino del Partido Socialista en el interior es muy significativo. En apenas dos años su brillantez le hace ganar un peso que otros muchos no habían alcanzado en décadas. Sin embargo, tras sus dos estancias en la cárcel de Carabanchel, abandona la política por los riesgos que suponía para su familia y por la imposibilidad de reconciliar en España a socialistas y comunistas. De todos modos, como escribió él mismo, "la vida de un hombre es imprecisa. No dibuja una figura, sino que presenta un bulto a nuestras consideraciones". De ahí que no sorprenda que otras voces que lo conocieron afirmen que su abandono político fue motivado más bien por el aburrimiento que le transmitían las reuniones, asambleas y congresos derivadas de su condición de dirigente. Una causa, en definitiva, son en realidad muchas causas.
Viene al caso entonces otra cita de Martín - Santos: "Revolver el pasado es un empeño idiota. ¿No es mejor dejar que los muertos se acostumbren a estar muertos?"; reflexión presente en la obra de Lázaro, que no pretende ni abarcarlo todo ni crear un basto e inamovible perfil del personaje. Sus páginas nos permiten conocerle un poco mejor, es cierto, pero al mismo tiempo lo envuelven en un halo de misterio todavía más profundo.
"Tiempo de silencio" es, por otro lado, una novela que despierta admiraciones y rechazos profundos. Juan Goytisolo y otros contemporáneos la recibieron eufóricos por el carácter destructivo hacia lo más sagrado de España: entiéndase, costumbrismo literario y sociedad gris anclada en el miedo, el tiempo y la costumbre. Juan Benet, amigo confeso de Martín - Santos, la rechazó por esconder, en su aparente ruptura formal, una historia que bien podrían haber escrito quienes precisamente decían combatir: escritores del tipo de Sánchez Ferlosio y su "Jarama" o de Camilo José Cela y su "Colmena". Sin embargo, no faltan testimonios que señalan que esa crítica del autor de "Volverás a región" no estaba motivada por otra cosa que por la envidia. Envidia del éxito editorial y público de su colega.
Culmina José Lázaro su obra con los testimonios, al principio reacios, luego descarnados, de Pepa Rezola, la que iba a ser la segunda esposa del escritor y la que fue en vida amiga íntima, junto a su esposo, del matrimonio Martín - Santos - Rocío Laffon. "Mire yo no sé si será verdad lo que usted dice de que recuperar la historia personal de Luis puede enriquecer el conocimiento de su obra literaria pero, la verdad... Le voy a ser muy sincera. Yo sigo sin entender qué interés puede tener el escribir un libro sobre la vida de Luis Martín Santos", termina por decir Rezola. Pero también es cierto, como dice el oftalmólogo amigo, que Martín - Santos era un hombre enmascarado por un libro. La biografía de José Lázaro ha conseguido arrojar, con éxito y calidad literaria, algo de luz sobre un ser brillante pero fugaz. Como un relámpago.
¿Era Luis Martín - Santos un suicida? Durante mucho tiempo, eso creyeron algunos. No lo era. Pese a su entonces reciente viudez, que lo embargó en una profundísima melancolía, el final del túnel parecía empezar a cobrar forma con un nuevo amor y una prometedora carrera literaria. Para José Lázaro, autor de "Vidas y muertes de Luis Martín - Santos", tras recopilar numerosos testimonios y si hemos de quedarnos con un adjetivo genérico, el famoso escritor no sería nada más y nada menos que un convencido existencialista al que le gustaba poner en práctica las ideas formuladas por Jean Paul Sartre conduciendo, por ejemplo, en sentido contrario a la circulación y a velocidad endiablada, según confiesa en la obra alguna víctima de semejante juego. De su admiración por el filósofo francés es iluminadora también la anécdota narrada por su amigo cineasta, quien recuerda al autor planteando juegos del tipo: "¿A ti quién te hubiera gustado ser si no hubieses nacido tú?". Y lo tenía muy claro: "Sartre, pero también Picasso".
Al hablar de Martín - Santos crece además la figura de Kafka por la forma en la que, en vida y en obra, las curiosas decisiones del destino marcaron ambas existencias. Si un accidente de tráfico es ya de por sí una muerte absurda, la historia que desarrolla el donostiarra en su primera y única novela íntegra, "Tiempo de silencio" (1962), culmina de un modo tan absurdo como la vida misma: podemos ser víctimas de una venganza por un hecho del que no somos culpables (el famoso aborto de la gitana) o podemos ser detenidos, como en la fantástica novela "El proceso", sin que exista motivo lógico para ello, por seleccionar sólo un ejemplo.
Esas certidumbres de lo absurdo de la existencia mueven a un tipo de risa que bien se asemeja al sudor frío que nos invade en situaciones extremas. Y Luis Martín - Santos, a lo largo de su biografía, cuenta con más de una de esas situaciones, a las que quizás se creía inmune. Relata nuevamente el cineasta en esta estupenda obra que se lee con placer, cómo él y su amigo se encuentran un día por las calles de San Sebastián con un conocido del padre del escritor: Melitón Manzanas. El progenitor de Martín - Santos era médico militar y formó parte de los comités de depuración tras la guerra, así que su vástago, animado tras ese escudo protector frente al temible policía que perseguía y torturaba, se apresura a presentar a los desconocidos a su manera: "Melitón Manzanas, aquí Anton Eceiza, cineasta. Antón Eceiza, aquí Melitón Manzanas, esbirro".
Anécdotas como ésta apoyan la teoría de quienes piensan que quizás Martín - Santos no hiciera otra cosa que reirse de todo. Algunos creen que cada capítulo de "Tiempo de silencio" es una parodia del estilo de Faulkner, Joyce, Cela... y quizás no les falte razón. Sin embargo, otros aspectos de su vida nos hacen intuir que realmente se la tomaba muy en serio. Su papel político como miembro clandestino del Partido Socialista en el interior es muy significativo. En apenas dos años su brillantez le hace ganar un peso que otros muchos no habían alcanzado en décadas. Sin embargo, tras sus dos estancias en la cárcel de Carabanchel, abandona la política por los riesgos que suponía para su familia y por la imposibilidad de reconciliar en España a socialistas y comunistas. De todos modos, como escribió él mismo, "la vida de un hombre es imprecisa. No dibuja una figura, sino que presenta un bulto a nuestras consideraciones". De ahí que no sorprenda que otras voces que lo conocieron afirmen que su abandono político fue motivado más bien por el aburrimiento que le transmitían las reuniones, asambleas y congresos derivadas de su condición de dirigente. Una causa, en definitiva, son en realidad muchas causas.
Viene al caso entonces otra cita de Martín - Santos: "Revolver el pasado es un empeño idiota. ¿No es mejor dejar que los muertos se acostumbren a estar muertos?"; reflexión presente en la obra de Lázaro, que no pretende ni abarcarlo todo ni crear un basto e inamovible perfil del personaje. Sus páginas nos permiten conocerle un poco mejor, es cierto, pero al mismo tiempo lo envuelven en un halo de misterio todavía más profundo.
"Tiempo de silencio" es, por otro lado, una novela que despierta admiraciones y rechazos profundos. Juan Goytisolo y otros contemporáneos la recibieron eufóricos por el carácter destructivo hacia lo más sagrado de España: entiéndase, costumbrismo literario y sociedad gris anclada en el miedo, el tiempo y la costumbre. Juan Benet, amigo confeso de Martín - Santos, la rechazó por esconder, en su aparente ruptura formal, una historia que bien podrían haber escrito quienes precisamente decían combatir: escritores del tipo de Sánchez Ferlosio y su "Jarama" o de Camilo José Cela y su "Colmena". Sin embargo, no faltan testimonios que señalan que esa crítica del autor de "Volverás a región" no estaba motivada por otra cosa que por la envidia. Envidia del éxito editorial y público de su colega.
Culmina José Lázaro su obra con los testimonios, al principio reacios, luego descarnados, de Pepa Rezola, la que iba a ser la segunda esposa del escritor y la que fue en vida amiga íntima, junto a su esposo, del matrimonio Martín - Santos - Rocío Laffon. "Mire yo no sé si será verdad lo que usted dice de que recuperar la historia personal de Luis puede enriquecer el conocimiento de su obra literaria pero, la verdad... Le voy a ser muy sincera. Yo sigo sin entender qué interés puede tener el escribir un libro sobre la vida de Luis Martín Santos", termina por decir Rezola. Pero también es cierto, como dice el oftalmólogo amigo, que Martín - Santos era un hombre enmascarado por un libro. La biografía de José Lázaro ha conseguido arrojar, con éxito y calidad literaria, algo de luz sobre un ser brillante pero fugaz. Como un relámpago.