noviembre 11, 2008

Vida de Porfirio de Gaza



La verdad os hará libre, se suele decir. La cuestión es saber dónde encontrar la verdad. ¿En los libros? Muchos profesores así se lo aconsejaron al que escribe, así como también le afirmaron que la lectura hace mejor a quien la practica. Pero, por poner un sólo ejemplo, Mao, El Gran Timonel de China, responsable de decenas de millones de muertos en época de paz, era un lector voraz, según dicen sus biógrafos. De todos modos, volvamos a la verdad y tomemos un ejemplo concreto.

En los siglos IV - V, las novelas de caballerías de entonces eran las hagiografías, un género literario que gozaba de gran popularidad quizás por el ímpetu que el cristianismo puso en su propia extensión. "Vida de Porfirio de Gaza" es, sin embargo y por lo que dicen los especialistas, una obra especial y ahora veremos por qué.



El protagonista de la exégesis nació, aunque el título llame a engaño, en Tesalónica en el 347, en el seno de una familia griega rica que, sin embargo, no pudo retener al joven cuando éste decidió marcharse al desierto egipcio para emprender vida de asceta. Escete y Nitria eran dos núcleos a los que acudían hombres que, como Porfirio, buscaban la espiritualidad a través de una rígida disciplina de ayuno, oración y sufrimiento físico y psíquico. Las reuniones entre ellos eran más o menos frecuentes, pero no era el único lugar al que los eremitas de aquel entonces acudían en gran número. También las orillas del río Jordán acogían a estos sufridos siervos de Dios y allí se dirigió, desde las tierras de los faraones, el mismo Porfirio. Del desierto, al parecer, el asceta griego se llevó un profundo conocimiento de la Biblia gracias al contacto con sus compañeros de fatigas, lo que, nos dicen los especialistas, lo diferenciaba de los anacoretas egipcios que, al ser analfabetos, sólo podían confiar en su capacidad memotécnica. Este dato será muy importante para el posterior devenir del biografiado.

La dura vida que conllevaba el rigor asceta puede ser que fuese una de las causas por las que Porfirio enferma en un momento dado de cirrosis hepática, lo que le llevó a establecerse definitivamente en Jerusalén. Allí era habitual de los Santos Lugares y continuaba su régimen de penurias: su dieta apenas incluía algo de pan y legumbres secas. En una de esas visitas tuvo lugar un encuentro que marcaría su destino. Marco, un calígrafo cuyos orígenes podrían encontrarse en Asia Menor, se convierte en fiel escudero de Porfirio. Hasta tal punto llega la confianza entre ambos con el paso del tiempo, que el griego le encarga la misión de viajar a Tesalónica para que su amigo medie en el reparto de la herencia familiar. "Me dio acta de poderes y me envió tras recomendarme al Señor y proporcionarme lo mínimo para los gastos del viaje, pues yo no disponía entonces de medios". Así pues, con cientos de kilómetros por delante, con los medios de transporte del S. V, los peligros de semejante travesía y con "lo mínimo para los gastos", Marco llega a Tesalónica y obtiene unas considerables ganancias de la venta de la parte de Porfirio a sus familiares. La imagen de Marco cobra relieve, al menos ante los ojos de quien escribe, por haber vuelto con ese dinero, puesto que la tentación de aquellas riquezas tuvo que ser poderosa para quien reconocía que apenas tenía recursos.

La hagiografía de Porfirio relata que, a la vuelta de Tesalónica, Marco descubre que la salud de su compañero había sufrido un cambio radical. Sano por completo, el asceta explica al calígrafo que en el paroxismo del dolor tuvo una visión en la que se le apareció Jesucristo junto a uno de los ladrones crucificados junto a él y le encomendó la custodia de uno de los trozos de madera de la Cruz en la que fue ejecutado. Lo curioso del caso es que Porfirio terminó desempeñando ese papel como presbítero en Jerusalén por orden del obispo de los Santos Lugares.



Al mismo tiempo que esto sucedía, en Gaza, en la que todavía hoy es tristemente célebre ciudad palestina, los pocos cristianos que allí había disputaban agriamente por el nombramiento del que tenía que ser nuevo obispo de la capital. De aquellos polvos, estos lodos, podría decirse. El caso es que finalmente tuvo que intervenir en semejante disputa el obispo metropolitano de Cesarea de Palestina, quien llamó a Porfirio con la excusa o el engaño de tener que interpretar un texto de las Sagradas Escrituras. Aquí cobra protagonismo ese aprendizaje que recibió en Egipto del que hablábamos, pues quizás la fama que tenía en ese campo del saber fue la que llamó la atención de su superior y le llevó a verse convertido en obispo de Gaza contra su voluntad. "Él lloró mucho y no había forma de que cesase en sus lágrimas. Decía que él era indigno de este sacerdocio", relata Marco.

No sabemos si era para llorar o para echarse a correr, pero el caso es que, pese a que el cristianismo era ya religión oficial del Imperio Romano desde tiempos de Constantino, Gaza tan sólo contaba con unos 300 fieles y el resto, hasta 10.000, practicaban una suerte de sincretismo en el que se entremezclaban Helios, Apolo, Afrodita, Kore... Entonces, la historia llega a su momento crucial desde el punto de vista histórico, ya que el relato de Marco El Diácono sobre la cristianización de la ciudad es uno de los más fieles a la realidad según Ramón Teja, Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Cantabria y autor de una brillante introducción tan apasionante como el propio texto original. Podemos interpretar, por tanto, que el resto de hagiografías son bastante menos fiables y que el proceso de divulgación y asimilación del cristianismo en el Imperio Romano fue bastante más arduo, lento y cruel que lo que esas otras obras pueden inducirnos a pensar.

En uno de los momentos cómicos de esta obra, que los hay y muchos, se describe cómo los habitantes de Gaza recibieron al nuevo obispo: "cubrieron todo el camino de espinos y palos puntiagudos para impedirnos pasar. También habían expandido inmundicias y quemado productos malolientes, de manera que nos vimos sofocados por los malos olores y también peligró nuestra vista. [...] Estos fueron los obstáculos que plantearon al bienaventurado los ataques del demonio".

Superada la primera prueba y poco tiempo después de llegar a Gaza, el obispo Porfirio descubre que el poder de persuasión de la palabra de Dios tampoco es suficiente para convencer a los numerosos paganos gacenses. La solución a la parálisis de conversiones fue enviar a Marco a la corte del Emperador de Bizancio para solicitar la destrucción de todos los templos paganos de Gaza, es decir, la pura y dura represión del ejército imperial. No entramos en valoraciones ni juicios sobre estos métodos que, imaginamos, eran propios de la mentalidad de la época, aunque, eso sí, choca frontalmente con el pacifismo que emana de la filosofía cristiana, algo, por otro lado, que ni siquiera el Hijo de Dios pudo evitar cuando expulsó violentamente a los mercaderes del Templo de Dios Padre.

Antes de esa decisión, el obispo Porfirió consiguió la reconversión de algunos gacenses por, según se relata, el milagro con el que trajo la lluvia a la zona tras una época de dura sequía. No es el único suceso extraordinario y sobrenatural que se narra, ya que los supuestos milagros de este personaje son con los que su biógrafo justifica el agónico goteo de reconversiones en la ciudad.

Pero el plan de exterminio no funciona, pues Marco deja escrito que el enviado imperial sólo clausuró los templos paganos menores de la ciudad, "pero permitió que siguiera abierto clandestinamente el templo de Marnas tras recibir por ello mucho dinero". Funcionario corrupto, Marco dixit.

Aunque la intercesión de Marco en Bizancio no fue suficiente, el obispo Porfirio no se amilana y decide ir él mismo a Constantinopla y entrevistarse con la emperatrix Eudoxia. Convence para que le acompañe en su viaje al arzobispo de Cesarea de Palestina y ambos consiguen, tras llegar a Bizancio, entrevistarse con la madre del futuro emperador Teodosio II. Aunque el emperador Arcadio no parecía muy convencido de las intenciones del visitante, termina por ceder cuando finalmente nace su hijo, ya que los recién llegados, avisados por un vidente en una de las escalas del viaje y en una maniobra sutil de conspiración cortesana, habían prometido a la emperatríz que el varón que esperaba el matrimonio llegaría por la Gracia de Dios si ella se tomaba su asunto muy en serio. Un regalo del Señor por los servicios prestados. Sin embargo, este es uno de los gazapos de la obra que explicaremos más tarde.

Con la nueva orden imperial de destruir los templos paganos de Gaza, además de otros privilegios y prebendas, y un nuevo responsable de llevarlo a cabo, un tal Cinegio, regresa Porfirio a la ciudad palestina. Marco relata así el proceso: "Se dirigieron hacia los restantes templos y unos los destruyeron, otros los entregaron al fuego apoderándose de todos los objetos sagrados que en ellos había. Ninguno de los ciudadanos creyentes tomó nada, a excepción de los soldados y los extranjeros que se encontraban allí. Diez días duraron las destrucciones de los templos de los ídolos". Diez días que tuvieron que ser una auténtica tragedia para una ciudad que, en más de un 90 %, seguía siendo pagana y veía cómo se convertían en ruinas sus lugares más sagrados.

No obstante, el mismo Porfirio justifica esta destrucción y expolio en la obra escrita por su diácono. "De la misma manera que uno que ha adquirido un esclavo indócil primero le amonesta [...] para que sirva con corazón sincero y, si advierte que de ninguna forma es dócil [...], entonces se ve obligado a servirse del terror, los azotes, las cadenas y otras cosas parecidas". No es la única justificación del terror en la obra. A un niño que dice haber tenido la visión de cómo destruir el mayor templo pagano de Gaza se le amenaza con un látigo varias veces para comprobar si su visión es cierta o no. A una maniquea a la que se enfrenta verbalmente el obispo Porfirio se le vence, milagrosamente, dándole muerte. Y son sólo dos ejemplos.

Sin embargo, pese a ser una orden imperial y ser la represión contra los paganos exitosa en términos de destrucción, el gran número de no reconvertidos en Gaza termina por tomar las calles y hacer que tanto el obispo Porfirio como su amigo Marco pongan pies en polvorosa y tengan que ocultarse durante cierto tiempo en un pajar de la ciudad. Esta situación rocambolesca nos ofrece una imagen de descontrol y descontento popular que nos sitúa mucho mejor en aquella sociedad enfrentada a tantos cambios. Un sociedad demasiado compleja, de hecho, para aceptar que, de buenas a primeras, el poder de la Palabra y los milagros de Dios eran suficiente para cambiar su credo.

Durante siglos, la figura de Porfirio de Gaza ha sido cuestión de debate a propósito del libro que nos ocupa. Hay varias contradicciones cronológicas en él que han traído de cabeza a exégetas de todo el mundo, aunque esta versión de la Editorial Trotta trata de ajustarse al máximo al texto original griego. Finalmente, Ramón Teja resuelve las ambigüedades, verdades y mentiras que se esconden en esta obra basándose en los estudios de H. Grégoire (1930) y F. R. Trombley (1995).

Al parecer, las fechas del viaje a Constantinopla de Porfirio son absolutamente contradictorias con el nacimiento del emperador Teodosio II. Ajustándose a la historia, si hubiesen llegado cuando dice el texto que llegaron a la capital bizantina, la emperatriz Eudoxia hubiese dado a luz varios meses antes del verdadero nacimiento de su hijo. Los últimos estudios sugieren que estas fechas se modificaron para resaltar la prontitud y la influencia que ejercieron los obispos recién llegados en la Corte de Bizancio para resolver su asunto. Es decir, su estancia fue posiblemente más larga de lo que nos dice Marco, aunque esta manipulación no se sabe si la hizo ya el propio diácono o un hagiógrafo posterior.

Otro aspecto llamativo de la obra es que los nombres de los obispos de Jerusalén y de Cesarea de Palestina que aparecen en "Vida de Porfirio de Gaza" no son los que deberían ser. La explicación es mucho más llamativa ante tal "error". Es probable que Porfirio defendiera tesis pelagianistas, que negaban el Pecado Original, y origenistas, que defendían la existencia del alma antes de la concepción biológica de un ser humano. En el momento de la escritura de este texto no eran consideradas herejías de una manera definitiva, pero, posteriormente, el Concilio de Éfeso (431) y el II Concilio de Constantinopla (554) las anatemizaron. Lo más seguro, dicen los especialistas, es que un admirador del texto y del personaje de Porfirio cambiara esos nombres porque, Juan de Jerusalén, el verdadero obispo de Jerusalén de entonces, estaba implicado en la difusión de esas ideas que se juzgaron en el Concilio de Dióspolis en Palestina (415) en el que pudo estar también nuestro protagonista.

Los caminos de la verdad son inescrutables, como vemos.