octubre 15, 2008

Juan March. El hombre más misterioso del mundo



Los mitos moldeados con cera terminan por derretirse al calor del paso del tiempo. Casi medio siglo después de su muerte, el de Juan March es ya un simple pegote aplastado por el peso de la documentación que no deja de surgir y los nuevos estudio sobre su vida y obra.

Decían algunos que el fundador de la Banca March, aquel que tras su accidente de tráfico letal en 1962 fue despedido en los titulares de la prensa internacional como "el Rockefeller español", fue en su infancia un simple porquerito. Estamos ante la manida leyenda del ser humilde, en este caso pastor de cerdos, convertido en el todopoderoso hombre de negocios a base de esfuerzo y tesón. Sin embargo, biografías como la que firma Pere Ferrer, borran de un soplo fabulaciones de este tipo. Basta una anécdota de la edad escolar del biografiado: robaba cigarrillos a su padre, los encendía en la escuela y los vendía a sus compañeros a un céntimo la calada.

El único punto que hace pie en la realidad en esa historia es el cerdo, ya que la familia del banquero mallorquín había conseguido erigir un rentable negocio con la exportación de ganado porcino, ajos y otros productos de la isla. No obstante, fue el tabaco el germen fundamental del futuro emporio, pues ya el padre de Juan March comenzó a traficar con él obteniendo pingües beneficios. Su hijo heredaría esta costumbre familiar, pero a lo grande, agrupando los pequeños grupúsculos que se repartían el negocio y monopolizando la producción en el Norte de África. Sin embargo, esta herencia traía consigo también un imprescindible carácter mafioso para mantener el orden en las filas del comercio ilegal. Asesinatos, palizas, amenazas, chantajes... El Mediterráneo parece haber sido un caldo de cultivo ideal de asociaciones al margen de la ley pero sustitutas del Estado en muchos casos. Sobre todo, teniendo en cuenta las circunstancias políticas que se vivían a finales del S. XIX y principios del S. XX, cuando nuestro protagonista comienza a fraguar su propia historia.




Indalecio Prieto, según escribe Pere Ferrer, definió perfectamente la razón del buen estado de salud del negocio contrabandista de Juan March: "la corrupción abarca desde las garitas de los carabineros hasta los despachos ministeriales". No se equivocaba, puesto que el propio March fue encarcelado durante la II República por un soborno a Calvo Sotelo que le abrió aún más las puertas de la producción de tabaco en África saltándose la ley. Su encarcelamiento no duró mucho, pese a que la República tenía con la imagen del banquero entre rejas una fotografía idónea para presentarse como justiciera sin tacha ni deudas con los poderosos. Juan March sobornó a un funcionario de prisiones, salió por la puerta y se refugió en Gibraltar gracias a los contactos que había establecido con los servicios británicos por la ayuda prestada a Inglaterra durante la I Guerra Mundial.

Hubo quienes trataron de frenar el libertinaje empresarial de Juan March con poco éxito. Uno de ellos fue Francesc Cambó, ministro de Hacienda, que tachó al mallorquín como "El último pirata del Mediterráneo". En este caso, una maniobra sutil e inteligente de March hizo que la mano derecha de Cambó, Francesc Bastos, fuese cesado y sustituido por... ¡el propio Juan March! Una maniobra que le permitió entrar en contacto con la familia Urquijo de la que se habla en esta biografía.

El crecimiento imparable del imperio March le convirtió, efectivamente, en el dueño del Mediterráneo. Suya fue la creación de Transmediterránea, de la que hasta el propio Rey Alfonso XIII tenía acciones. Pero este dominio no se quedó en un simple monopolio del transporte, sino que fue también la herramienta con la que Juan March consiguió navegar entre dos aguas durante la Gran Guerra. Allí se blindó, con cinismo y, desde luego, con mucho valor, la solidez del entramado del banquero.

Una de los ejemplos más llamativos de ese cinismo del que hizo gala March lo encontramos en la crisis de subsistencias que sufrieron los mercados españoles durante la primera contienda bélica de dimensiones internacionales del S. XX. Para entenderla, hay que recordar que los últimos años del S. XIX fueron los del declive definitivo de la vieja aristocracia, que tuvo que vender sus tierras a precios de saldo. Entre los compradores, en Mallorca, estaba la familia March. El más aventajado de ella, Juan, comenzó a dividir esas tierras en pequeñas parcelas y las fue vendiendo a plazos a los campesinos de la isla. Sin embargo, sus aspiraciones iban más allá. Les compraba también casi toda la producción y, rizando el rizo, terminaba por venderles además el abono para sus cultivos. Entonces, ¿por qué esa crisis de materias primas en los mercados? Porque la mayor parte de ellas viajaban a los países beligerantes de la I Guerra Mundial en los barcos de Juan March pese a los esfuerzos del gobierno español por impedirlo. Como dice Pere Ferrer, su protagonista era un "comerciante de guerra".

Esta historia no termina aquí, ya que el estado de las cosas derivó en dos revueltas populares entre 1918 y 1919. Antes de que estallase el clamor popular, March movió ficha. Se reunió con los sectores obreros de Mallorca y les anunció su disposición a compartir su riqueza con ellos. Un capitalista preocupado por los más desfavorecidos. Incluso su hijo de ocho años, delante de aquellos hombres, confirmó las intenciones de su padre diciendo: "papá, yo he dicho que hicieras partícipe de tu riqueza a los obreros". Los obreros, en su mayoría socialistas, consiguieron de ese modo que el dinero de Juan March financiase su Casa del Pueblo e hipotecaron, al mismo tiempo, su reacción posterior frente al responsable de la falta de alimentos y carbón en las casas de los más pobres.

Juan March nunca reconoció ser el responsable de esa crisis. Lo negó tajantemente en los periódicos, donde incluso se ofreció a resolver la situación financiando grandes obras públicas. Pero sólo los socialistas tuvieron piedad de él y dispararon en otra dirección a la que lo hacían republicanos, anarquistas y otros sectores sociales.




La I Guerra Mundial abrió otros campos de negocio para Juan March, que nunca se preocupó de la ideología de su comprador. De hecho, mientras comerciaba con armas, alimentos, piezas de recambio, lubricantes y medicinas con un bando, era capaz, al mismo tiempo, de pasar información confidencial al otro y seguir vivo. Francia fue la que antes se dio cuenta de este doble juego. Las evidencias contra March se acumulaban, como la del suministro de combustible a los submarinos alemanes en las aguas mallorquinas, pero Inglaterra insistía en que la información que el banquero les proporcionaba era mucho más jugosa e invitaba a su aliado bélico a hacer oídos sordos a unas sospechas más que fundadas. Ni siquiera le importaba al gobierno británico que Juan March asegurara mercancías de "gran valor" (cáscaras de almendras) en compañías inglesas, las embarcase en sus naves y, conchabados de antemano, dejase que los submarinos alemanes las hundiesen para cobrar la sustanciosa indemnización. Tampoco parece que les molestase mucho que fuese Juan March el principal vendedor de armas de los insurgentes norteafricanos enfrentados a la colonia francesa por el dominio de sus tierras, lo que obligaba al Estado galo a un sobreesfuerzo militar en un continente distinto al europeo, en el que sus jóvenes morían, hinchados de barro, en las trincheras de los Países Bajos. No exagera, por tanto, Pere Ferrer cuando define a su biografiado como "comerciante de guerra".

Encontramos más ejemplos de esa definición en el papel que Juan March desempeñó en la organización del golpe de Estado contra la II República Española. March se encontraba cómodo con el régimen de Primo de Rivera. Hemos comentado sus relaciones con Alfonso XIII, cuya mujer presidía, además, el Instituto del Cáncer financiado por el mallorquín, quien también le ofreció como residencia el sanatorio de Caubet. Otras buenas relaciones de Juan March eran las que le unían al Conde de Romanones o a Santiago Alba. No es de extrañar, por tanto, que rechazase poner su dinero para traer la república a España por la fuerza, intento que fracasó definitivamente con el Alzamiento en Jaca. Por eso mismo, el nuevo sistema surgido tras el autoexilio de Alfonso XIII desconfiaba del banquero mallorquín y no dudó en encarcelarle, como hemos visto.

Los acontecimientos republicanos derivan donde todos sabemos y llega entonces el momento de conocer la importancia de March en el Alzamiento Nacional. Pere Ferrer va al grano y define claramente la importancia de Juan March durante los primeros momentos. Paga de su bolsillo el avión que lleva a Francisco Franco de Las Palmas a Tetuán para que el general se ponga al mando de las tropas de esa zona: el conocido Dragon Rapide. Pone a resguardo a la familia del general Mola en París corriendo con todos los gastos. Promete al general Sanjurjo un millón de pesetas en un banco internacional en previsión de un fracaso del golpe y hace lo mismo con Franco. Pero el golpe fracasa y todo se precipita a un conflicto fraticida en el que Juan March también interviene sin pudor. Avala la compra de armamento del bando nacional con valores inmobiliarios por valor de seiscientos millones de pesetas y garantiza el suministro de combustible al mismo bando a través de sus contactos con la petrolera Texaco. Asímismo, el propio March compra por un millón de libras esterlinas los aviones italianos que permitieron el dominio aéreo de los rebeldes durante la guerra.



Pero el banquero no iba a dejar de sacar tajada en esa situación idónea para sus objetivos. Comprometido el general Mola por la ayuda económica prestada por March, éste le exige que, en las votaciones para elegir al adalid del levantamiento, escoja a Franco. En primer lugar, porque March conocía al general de su etapa como comandante general de las Islas Baleares. En segundo, porque era un hombre que, desde su etapa como legionario, estaba obsesionado con recuperar el dominio español sobre el Norte de África, bien lo supo Hitler en su famosa reunión con él en Hendaya. ¿Y dónde tenía Juan March sus plantas productoras de tabaco? Huelga la respuesta.

Cuando Alemania e Italia irrumpen en la Península Ibérica, March queda en un segundo plano, nos cuenta Ferrer. No obstante, también durante la cotienda engorda sus arcas. Sobre todo, tramitando créditos de la banca británica, tres millones de libras esterlinas, para los nacionales, ya que, sin su firma, no habría habido tal crédito. También, desde su embajada oficiosa en Roma, administraba los "donativos" de aquellos que, desde el exterior, apoyaban el levantamiento fascista en España y compraba, por ejemplo, camiones de la General Motors para el ejército sublevado.

Evidentemente, Juan March no es la única explicación a los acontecimientos históricos españoles, pero sí una parte importante. Incluso durante los días en los que España pudo haber entrado en la II Guerra Mundial, el mallorquín estaba de nuevo por medio. En este caso es Churchill el rey de la partida. En el año 40, el político británico estaba gravemente preocupado por el poderío de los ejércitos nazis y por el pacto, todavía vigente, entre Alemania y Rusia. No quería otro aliado de Hitler en el mapa europeo y, dentro de una operación inscrita en un plan más amplio de los servicios británicos, decide sobornar a altos cargos militares españoles para conseguir que muchos de sus compatriotas germanófilos, el propio Franco, cambiasen de parecer. El único que podía hacerlo, quién si no, era Juan March.

Nada de lo que dice Pere Ferrer se basa en suposiciones o teorías peregrinas. Sus años de dedicación a la figura de Juan March le convierten en una fuente de información imprescindible para acercarse al banquero mallorquín. Consultados los archivos británicos, también se acercó a los franceses y a los norteamericanos. Pero gran parte de la información relacionada con la I Guerra Mundial y Juan March en esta biografía procede de la gran cantidad de documentos de los archivos soviéticos a los que un "niño de la guerra" español tuvo acceso hace no mucho. Tampoco Pere desprecia el trabajo de campo más cercano, confiando a un cura mallorquín sus contactos con viejos contrabandistas que trabajaron a las órdenes de Juan March. Allí, Pere Ferrer pudo comprobar, en la isla que le vio nacer como a su protagonista, con sus propios ojos, cómo algunos habitantes de Mallorca siguen hablando del Rockefeller español con una mezcla de terror y admiración al mismo tiempo.